EL LUGAR DE JUECES EN EL ATEl libro de Jue. es parte de la narración bíblica de la historia de Israel, desde su entrada a la tierra de Canaán (en el libro de Jos.) hasta su salida temporal de ella (al término de 2 Rey.). Mucho de esta parte del AT está dedicado a las narraciones de los reinados de los reyes de Israel, comenzando con Saúl, David y Salomón. Pero entre la llegada de Israel a Canaán y el establecimiento de la monarquía, hubo un período de cerca de 200 años (c. 1200–1000 a. de J.C.) conocido como el período de los jueces. En este período Israel no tenía una administración formal, centralizada, y dependía de hombres y mujeres especialmente dotados que Dios levantó para proporcionar liderazgo. Se les llamó jueces porque llevaban a cabo el juicio de Dios, fuera sacando a los enemigos o arreglando las disputas entre los mismos israelitas. Las activida des de estos jueces se describen en el libro de Jue. (de allí el nombre) y en los primeros capítulos de 1 Sam.
En el arreglo tradicional del AT (reflejado todavía hoy en las Biblias judías), los libros de Jos., Jue., 1 y 2 Sam. y 1 y 2 Rey., se encuentran en la sección lla mada “Profetas” junto con Isa., Jer., Eze. y los 12 llamados “Profetas menores” (Ose.—Mal.). Como un subgrupo, Jos. —2 Rey. se conocen como los “Profetas anteriores”. Se les llama así porque tradicionalmente se pensaba que habían sido escritos por profetas, pero también (y de manera más importante) porque son proféticos en su estilo e intereses. Claramente tienen una dimensión histórica muy fuerte en ellos, pero al igual que los otros libros proféticos no están interesados simplemente con la historia por la historia misma. No son meras crónicas de eventos. Más bien, están interesados en cómo Dios actuaba en los eventos que describen. En particular, están interesados en la relación especial de Dios con Israel y cómo ésta se expresaba tanto en juicio como salvación en la historia. Esta relación especial estaba basada en el pacto que Dios hizo con los israelitas en el monte Sinaí después que los sacó de la esclavitud en Egipto (Exo. 19–20), y éste a su vez estaba basado en las promesas que Dios había hecho a Abraham siglos antes (Gén. 12:1, 2). Como veremos, el libro de Jue. es claramente profético en este sentido. Es una relación teológica de la historia de Israel en el período de los jueces. Y como los otros libros proféticos, contiene un mensaje que todavía es pertinente para el presente y el futuro.
ISRAEL EN EL PERIODO DE LOS JUECESPoco se sabe sobre la forma de vida de Israel en el período de los jueces, aparte de lo que podemos extraer del AT. La fuente principal de información es el mismo libro de Jue., pero los libros de Rut y 1 Sam. también arrojan luz valiosa sobre el período.
El territorio de Israel en ese tiempo estaba dividido en áreas tribales (ver Jos. 13–21 y el mapa en la p. 252). De las 12 tribus, nueve y media ocupaban la región entre el río Jordán (incluyendo el mar de Galilea y el mar Muerto) y la costa mediterránea. Las otras dos y media ocupaban la región de la meseta al este del Jordán. Las conquistas de pueblos vecinos como los madianitas, moabitas y amonitas (al oriente), los filisteos y la llamada Gente del Mar (al occidente), generalmente involucraban sólo parte del territorio de Israel, lo que significaba que solamente una o dos tribus eran directamente afectadas.
El vínculo esencial entre las tribus era su historia común y su fidelidad al Señor (Jehovah). El mismo era su Gobernante o Juez supremo (11:27) y su ley era la constitución de ellos. Fue esta relación de pacto con el Señor que los unió y les dio su identidad como un pueblo distinto. Al menos una vez al año se celebraba un festival religioso en el cual se recordaba al pueblo su identidad y las obligaciones que esto implicaba. Estas reuniones pro bablemente se celebraban en Silo, que estaba localizada al centro y era el lugar donde el tabernáculo de reunión se había instalado originalmente después de la llegada de Israel a Canaán (Jos. 18:1; Jue. 21:19; 1 Sam. 1:3). Este probablemente quedó como el lugar del santuario central durante todo el período de los jueces, aunque el arca del pacto se llevaba a veces a otros lugares, especialmente en tiempos de crisis (18:27). No se sabe en forma definida cuán buena era la asistencia a estos festivales y exactamente lo que pasaba en ellos, pero casi es seguro que se daban gracias por las bendiciones recibidas (o sea buenas cosechas), se hacía oración, se ofrecían sacrificios, se leía la ley dada en el monte Sinaí, y se tomaba un nuevo juramento de lealtad (al Señor y uno a otro). Probablemente era el juez en funciones el que leía la ley, asistido por los sacerdotes (2:17; 18:27). Todo el valor de esto era una renovación del pacto y un nuevo compromiso para vivir por él (cf. Jos. 24).
En su mayor parte, la administración de justicia cotidiana y la vigilancia de los asuntos de la comunidad, la proporcionaban en forma local los ancianos de los diferentes clanes y tribus (11:4–11; Rut 4:1–12). Pero los asuntos que no podían decidirse localmente, eran llevados para su resolución al juez en funciones en ese tiempo, ya sea a un lugar céntrico (4:4, 5) o en ciertas ciudades designadas que el juez visitaba regularmente (1 Sam. 7:15–17). De cuando en cuando, como la ocasión lo requería, se reunían asambleas de representantes ad hoc de las diferentes tribus para tratar asuntos de interés común, tales como un mal comportamiento serio de una de las tribus o un ataque enemigo contra una o más de ellas. En tales ocasiones se requería una acción decisiva, concertada, para preservar la integridad de Israel. No había ejército permanente, de modo que era necesario levantar una fuerza fresca de voluntarios cada vez que se suscitaba una emergencia nacional, y el carisma personal de un individuo con frecuencia desempeñaba un papel crucial en que esto se hiciera rápidamente. Parece que al menos algunos de los jueces llegaron al cargo precisamente por su habilidad para proveer un liderazgo inspirador en tales ocasiones (11:1–10). Otros parece que fueron nombrados en circunstancias más pacíficas, aunque no se sabe exactamente cómo se hacía.
Sin embargo, en la práctica el “sistema” (si ese es el término correcto para ello) raramente funcionó, si alguna vez lo hizo, en forma tan suave. De hecho, había poca unidad efectiva entre las tribus israelitas en el período de los jueces. Para empezar, estaban separados unos de otros por asentamientos de cananeos no conquistados (1:19, 27–36; 4:2, 3). A diferencia de los israelitas, estos pueblos habían labrado la tierra durante generaciones, y atribuían su éxito al levantar cosechas a su adoración de varios dioses de naturaleza masculina y femenina, los baales y las astartes. Creían que ellos controlaban la tierra y el tiempo y, por lo tanto, la fertilidad del campo y del rebaño. Los israelitas eran muy atraídos a estos dioses y cada vez más mezclaban la adoración a ellos con la adoración a su propio Dios, Jehovah. Esto inevitablemente condujo a un debilitamiento de su fidelidad a Dios y entre ellos, y resultó en una declinación espiritual y moral tan seria que amenazaba con destruir a Israel desde dentro. Las tribus eran lentas para ayudarse unas a otras en tiempos de crisis (5:16, 17; 12:1–7) e incluso cayeron en luchas entre ellas (8:1–3; 12:1–6; 20:1–48). La mayoría estaba preocupada solamente por sus propios intereses y se aprovechaban de la falta de gobierno central para hacer lo que quería (17:6; 21:25). Este deterioro interno amenazaba destruir la estructura misma de Israel y, de hecho, constituyó una amenaza mucho más severa a su supervivencia en el período de los jueces, que cualquier ataque externo.
Sin embargo, en esas circunstancias, como siempre, hubo israelitas fieles que continuaron silenciosamente llevando vidas de piedad genuina. El libro de Jue. enfoca principalmente las crisis frecuentes que Israel enfrentó y de esa manera nos da una impresión bastante turbulenta del período. Pero también indica con claridad que hubo largos períodos de paz y relativa prosperidad, en los cuales la vida a nivel local pudo asentarse en un tenor más apacible (3:11, 30; 8:28; 10:3–5; 12:8–10). En este respecto, a Jue. lo complementa finamente el libro de Rut con su historia gentil y conmovedora de los asuntos de una familia de Belén. Aquí los agricultores lucharon contra las inclemencias del tiempo, las personas se conocieron y enamoraron, y los ancianos buscaron la guía de los asuntos de la comunidad en los senderos probados de la ley del pacto y la costumbre local. Ambos libros testifican el hecho de que, sea en la turbulencia de crisis nacionales o el tenor más apacible de la vida en la aldea, Dios estaba profundamente involucrado y soberanamente activo en las vidas de su pueblo, preservándolas y disciplinándolas, y dirigiendo todas las cosas para su bien.
EL ORIGEN Y LA FECHA DEL LIBRO DE JUECESPrecisamente cómo llegó a existir el libro de Jue. y cuándo se completó en la forma que ahora lo tenemos, continúa siendo un asunto de debate entre los eruditos. El punto de vista tradicional judío es que fue escrito por el profeta Samuel y éste puede contener al menos un elemento de verdad. Pero hay indicaciones de que el proceso de composición del libro fue mucho más complejo y prolongado que lo que sugiere este punto de vista tradicional.
El grueso del libro parece estar basado en una fuente de material que fue ya sea contemporánea con, o muy cercana a, los eventos mismos. Las notas sobre los así llamados “jueces menores” en 10:1–5 y 12:8–15 (enmarcando la historia de Jefté), probablemente salieron de una fuente documental de esta clase. Y los relatos de las proezas de jueces-libertadores como Ehud, Barac, Gedeón y Sansón, muy probablemente se derivan de una colección al principio de tales historias de héroes, ya sea en forma oral o escrita. El hecho de que Jefté parece importante en ambas, puede haberle dado pie al autor del libro para combinar estas dos fuentes. Mucho menos parece que se haya conocido sobre las proezas de Otoniel, el primer libertador, de modo que el relato de su carrera está expresado en términos bastante generales, estereotipados, por el autor mismo (3:7–11). El cántico poético de Débora y Barac en el cap. 5 está compuesto en heb. muy primitivo y la mayoría de los eruditos reconoce que se originó muy próximo al tiempo de los eventos que describe. Otra fuente de material primitivo parece reflejarse en el capítulo inicial del libro (especialmente vv. 4–7, 11–15, 22–26) y en las dos historias narradas vívidamente en los caps. 17–21.
Puede discernirse claramente la mano de un editor que trabajó con las fuentes de materiales en la revisión que se proporciona en 2:6–19, y en las introducciones y conclusiones repetitivas a los episodios mayores en los caps. 3–16. Estas proporcionan un tipo de armazón editorial que unifica la parte central de Jue. Otra instancia clara de trabajo editorial está en el refrán de 17:6; 18:1; 19:1 y 21:25, que une a las dos narraciones mayores que concluyen el libro.
Es clara la evidencia de una fuente primitiva de material, como lo es la evidencia de formación editorial. Pero si la última la realizó un solo autor o dos o autores en sucesión, es difícil, si no imposible, decirlo.
También es difícil saber con certeza cuándo tuvo lugar la formación final del libro. Como se explica más a fondo en el comentario mismo, la descripción detallada de la localización de Silo en 21:19 sugiere una época de escritura cuando se recordaba la destrucción de Silo (un evento de fecha incierta), pero que había pasado hacía mucho (cf. Jer. 7:14), y la expresión “la cautividad de la tierra” en 18:30 probablemente se refiere a la devastación final de Israel, el reino del norte, por Asiria en el siglo octavo a. de J.C. Más significativamente, la revisión del período de los jueces en 2:11–19, los discursos en 2:1–5, 6:7–10 y 10:11–15, y las introducciones y conclusiones repetitivas a los episodios mayores en los caps. 3–16, son todos fuertes reminiscencias tanto del estilo como de los intereses teológicos del libro de Deut. Esto sugiere que el autor que añadió este material vivió después de las reformas llevadas a cabo por Josías en el siglo séptimo a. de J.C. (1 Rey. 22). La naturaleza de estas reformas deja poca duda que el “libro de la Ley”, que fue descubierto en el templo en ese tiempo, era alguna forma del libro de Deut. Ciertamente, la influencia de Deut. es clara en el siguiente par de siglos en la predicación de Jeremías y en los libros de 1 y 2 Rey., y parece estar presente también en el libro de Jue.
La mayoría de los eruditos creen que Jue. es parte de lo que fue originalmente una larga pieza de escritos históricos cubriendo lo que es ahora los libros de Deut., Jos., Jue., 1 y 2 Sam. y 1 y 2 Rey. Se piensa que esta historia de Israel desde la conquista de Canaán hasta el exilio en Babilonia, fue escrita después de la caída de Jerusalén en 587 a. de J.C. (2 Rey. 25:1, 2) para explicar por qué había acontecido este desastre. Lo hizo mostrando cómo Israel había empezado a deslizarse en la apostasía pronto después de su entrada a Canaán, y cómo esto había continuado en siglos subsecuentes hasta que el juicio de Dios había finalmente caído sobre la nación. El desastre de 587 a. de J.C. fue visto así como el cumplimiento de las maldiciones del pacto de Deut. 28. El estilo y la teología de todo el libro, desde el principio hasta el fin, fue influido fuertemente por el libro de Deut. y por esa razón comúnmente se refiere a él como la “historia deuteronómica”. Una de las piezas de evidencia más fuertes para esta teoría es la declaración en 1 Rey. 6:1 de que Salomón empezó a construir el templo 480 (40 x 12) años después del éxodo de Egipto, parece ser parte de un esquema cronológico que se extiende de Deut. a 2 Rey. y se refleja en el libro de Jue. Esto puede verse en los números “redondos” (40 u 80 años) usados para los períodos de paz (7:11; 3:30; 5:31; 8:28). Contrastan las cifras más impredecibles que aparecen en el material tomado directamente de las fuentes primitivas (p. ej. 3:8, 14; 4:3; 10:2, 3).
Los eruditos están divididos entre si la historia deuteronómica fue primero concebida como un todo y más tarde dividida en libros separados, o si los libros primero existieron independientemente y se les dio su forma final por alguien que tenía un cuadro más grande en perspectiva. Probablemente hubo una combinación de estos dos procesos. Los libros de Rey. probablemente fueron escritos directamente por el autor mismo de varias fuentes, si bien en la primera parte de la historia trabajó con libros que ya existían en alguna forma. En todo caso, el resultado que tenemos ahora es una serie de libros relacionados íntimamente, en lugar de una sola composición en el sentido estricto. Pero dada su relación cercana con los otros libros en la serie, es probable que a Jue. se le dio su forma final al mismo tiempo que a ellos, a saber, en el siglo sexto a. de J.C. durante el exilio babilonio. Samuel bien pudo haber tenido una parte en las primeras fases de su formación, pero se desconoce la identidad del autor o editor final.
ESTRUCTURA Y TEMASCualquiera que haya sido su historia, el libro de Jue. como lo tenemos ahora es una unidad literaria bien redondeada, con una estructura muy definida y temas desarrollados claramente.
El cuerpo principal del libro, que trata de las carreras de los diferentes jueces, se extiende desde 3:7 hasta 16:31. Es precedido por una introducción en dos partes (1:1–2:5 y 2:6–3:6) y seguida por un epílogo, también en dos partes (caps. 17–18 y 19–21). La cuestión que se pregunta al principio del libro (1:1, 2), se vuelve a preguntar en circunstancias muy diferentes al final (20:18). Así, al llegar al final del libro se nos invita a reflexionar sobre el punto desde el cual partimos y, sobre todo, lo que ha acontecido entretanto.
La primera parte de la introducción (1:1–2:5), trata del deterioro progresivo en la relación de Israel con los cananeos, que siguió a la muerte de Josué (1:1). Los esfuerzos de las diversas tribus para poseer y ocupar las tierras que les habían sido asignadas (Jos. 13–19) toparon con dificultades crecientes cuando los cananeos, particularmente en la región de la costa y las ciudades clave fortificadas en el norte, opusieron una resistencia muy resuelta (ver especialmente vv. 19, 27, 28). Esto condujo a una situación de estancamiento tenso en la cual israelitas y cananeos vivían unos al lado de los otros. Los israelitas tenían el dominio, pero estaban excluidos de partes significativas de la tierra. La tribu de Dan, en particular, estaba confinada a las montañas y no podía poner un pie firme en su propio territorio cerca de la costa (1:34). Era una situación que estaba lejos de las expectaciones con las que Israel se había lanzado, expectaciones arraigadas en las promesas que Dios había hecho a sus antepasados (Jos. 23:1–5; cf. Gén. 12:1–3; 15:12–21; 28:13–15). Esta sección de la introducción termina con el llanto de los israelitas delante del Señor en Boquim (Betel) y cuando se les dice lo que había estado mal (2:1–5). La razón de su fracaso no han sido los carros de hierro o las fortificaciones fuertes de los cananeos, sino su propia infidelidad. En el territorio que habían tenido éxito en tomar, habían empezado a ceder permitiendo que continuaran los altares paganos de los cananeos y por esta causa el Señor les había retirado su ayuda. Al mismo tiempo que miraba atrás, este discurso clave del “ángel del Señor” ve también hacia adelante con la predicción de que los cananeos y sus dioses continuarán siendo trampas y piedras de tropiezo para los israelitas.
La segunda parte de la introducción (2:6–3:6) regresa luego al principio (obsérvese cómo Josué reaparece en 2:6) y hace de este problema espiritual subyacente el foco principal de atención. En unas cuantas pinceladas hábiles se bosqueja la declinación inicial de Israel en la apostasía (2:6–10), y luego se traza el patrón completo del subsiguiente período de los jueces (2:11–19). Se presenta como un período de apostasía persistente, en el cual el Señor juzga a los israelitas en forma alternada, ya sea entregándolos a opresores extranjeros y luego (cuando se encuentran en gran angustia) tiene piedad de ellos y levanta a un juez que los libere. En estos períodos los israelitas desistían temporalmente de su apostasía, pero rápidamente volvían a ella tan pronto como el juez moría (19a). En breve, a pesar de los muchos intentos del Señor para restaurarlos de sus malos caminos, los israelitas persistían en ellos (19b). Esto conduce a otro discurso crucial en 2:20–22, en el cual el Señor anuncia lo que se propone hacer como su respuesta final a todo lo que ha acontecido. Las naciones que quedaron originalmente (al tiempo en que Josué murió) para probar la fidelidad de Israel, ahora van a quedar permanentemente como un castigo por su infidelidad (ver el comentario sobre este pasaje). Esta es la culminación de esta segunda parte y de la introducción como un todo. Los versículos que quedan (2:23–3:6) sencillamente resumen lo que ya se ha dicho.
Así la introducción, además de diagnosticar lo que estuvo mal y poner frente a nosotros lo que sigue, pone en claro que el problema central del libro es, a saber, la apostasía persistente de Israel en el período de los jueces y la respuesta del Señor a ella. El libro responde a la pregunta: “¿Por qué Israel nunca poseyó plenamente la tierra que Dios prometió a sus antepasados?” Y se da la respuesta: “Por causa de la apostasía que siguió a la muerte de Josué.” Jue. explica la acción del Señor completamente justificada en vista de la infidelidad persistente de Israel. Los libros posteriores de la historia deuteronómica continúan explicando y justificando su acto más drástico de expulsar totalmente a Israel de la tierra (ver arriba).
La sección central del libro (3:7–16:31) completa el bosquejo que ya se dio en la introducción (2:11–19) y desarrolla un número de subtemas en el proceso. Registra las carreras de 12 jueces en total: Otoniel, Ehud, Samgar, Barac, Gedeón, Tola, Jaír, Jefté, Ibzán, Elón, Abdón y Sansón. Débora y Jael desempeñan papeles muy significativos en el episodio de Barac, y de Débora incluso se dice que “gobernaba” (lit. “juzgaba”) a Israel (4:4, 5), pero en términos del diseño total del libro, los caps. 4–5 deben verse esencialmente como una narración de la carrera de Barac. Y aunque se relatan con cierto detalle las actividades del hijo de Gedeón, Abimelec, él no es un juez en términos de la forma en que el oficio se describe en la introducción.
Como la primera parte de la introducción principió con Judá y terminó con Dan (1:1–34), así esta sección central empieza con Otoniel desde Judá (3:7–11) y termina con Sansón el danita (caps. 13–16). La carrera de Otoniel ejemplifica lo que significaba ser un juez y lo que debía hacer. Los siguientes jueces representan una serie de variaciones de este modelo básico, culminando con Sansón, cuyo comportamiento es tan grotesco que a duras penas se le puede reconocer como juez. El modelo de esta parte del libro se ha descrito con frecuencia en términos de un ciclo repetido de apostasía, opresión, llamamiento del Señor, liberación, paz y apostasía renovada. Ciertamente hay mucha repetición, pero también hay un cambio progresivo, de modo que el resultado se describe mejor en términos de una espiral descendente que de un simple modelo repetido.
La desunión entre los israelitas aparece primero en el episodio de Barac (5:16, 17, 23) y empeora bajo jueces posteriores. Después de los 40 años que siguieron a la victoria de Gedeón (8:28), no se vuelve a decir que la tierra gozara de paz y para el tiempo del episodio de Sansón, los israelitas ni siquiera clamaban ya al Señor para que los salvara. Y conforme estos capítulos siguen su curso, los jueces mismos gradualmente llegaron a estar más y más implicados en la maldad de la nación como un todo. El clímax se alcanza en Sansón, voluntarioso y renuente en lo personal para aceptar su llamamiento, quien perfectamente resume la indocilidad y conflicto de la nación como un todo. De la manera que Israel había sido apartado de otras naciones por el pacto de Dios con ellos, así Sansón fue apartado de otros hombres por su llamamiento como un nazareo. Como Israel había seguido en pos de dioses ajenos, Sansón va tras mujeres extranjeras. Israel había querido ser como otras naciones; Sansón quiere ser como otros hombres. Y como Israel había vuelto repetidamente al Señor en su desgracia, así también Sansón. En breve, los subtemas que corren a través de toda la sección central del libro (la lucha de Israel contra su destino y la perseverancia del Señor hacia ella en juicio y gracia), finalmente son llevados a un enfoque bien definido en la historia de Sansón. Su historia es la historia de Israel como un todo en el período de los jueces.
Las dos historias que forman el epílogo (caps. 17–21) se localizan muy generalmente en el período de los jueces, pero no siguen cronológicamente a lo que ha pasado antes. En ellas el enfoque cambia del pecado de Israel como un todo a los pecados de los individuos y de las comunidades que comprende: “cada uno hacía lo que le parecía recto” (17:6). La primera historia (Micaías y sus ídolos; caps. 17–18) trata del caos religioso del período, y la segunda (el levita y su concubina; caps. 19–21) trata del caos moral que lo acompañaba. Juntas nos muestran que Israel estaba más en peligro por su propia decadencia interna, moral y espiritualmente, que por cualquier ataque exterior. La segunda historia en particular muestra cómo las instituciones que debían haber provisto estabilidad (el sacerdocio levítico, la hospitalidad y la vida familiar, los ancianos y la asamblea de los dirigentes de las tribus) se consideraban ineficaces e incluso positivamente dañinas, por causa de la bancarrota moral de los individuos. El epílogo no nos deja duda que ciertamente no fue la calidad de su liderazgo o de sus instituciones lo que sostuvo unido a Israel. La supervivencia de Israel fue un milagro de la gracia de Dios.
El refrán que corre a través del epílogo (“En aquellos días no había rey en Israel … ”, 17:6; 18:1; 19:1; 21:25) baja la cortina sobre un período y anticipa otro. Los reyes, como los jueces, tendrán su lugar en la historia de Israel y probarán ser útiles en su momento, pero también fracasarán por la pecaminosidad humana. Como lo muestra la historia deuteronómica como un todo, ninguna institución, por válida que sea, tiene la llave del futuro de Israel. Es sólo la promesa continua de Dios a su pueblo la que lo logra: “Porque él hace doler, pero también venda; él golpea, pero sus manos sanan” (Job 5:18).
PERTINENCIA PARA LOS CRISTIANOS HOYEl NT contiene muy pocas referencias claras al libro de Jue. Hay una referencia de paso al período de los jueces como un todo, en Hech. 13:20, y Gedeón, Barac, Sansón y Jefté se mencionan como héroes de la fe en Heb. 11:32. Aparte de esto, solamente hay, cuando mucho, alusiones veladas. Por ejemplo, María fue alabada en términos que sugieren que su bendición era comparable a la de Jael (Luc. 1:42; cf. Jue. 5:24), y parece haber alusiones a Sansón (Jue. 13:4, 5) en los anuncios del nacimiento tanto de Juan el Bautista (Luc. 1:15) como de Jesús (Mat. 2:23).
Estas pocas referencias y alusiones, sin embargo, apuntan a una continuidad mucho más lejana entre Jue. y el NT, que la que puede aparecer de principio. Porque la venida de Cristo, precedida por Juan el Bautista, fue la culminación de todos los actos de juicio y gracia de Dios en el período del AT, incluyendo el período de los jueces (Luc. 1:54, 55, 68–79). Y si los israelitas del período de los jueces fracasaron por su incredulidad para penetrar en su heredad total, eso no significó que los propósitos últimos de Dios para su pueblo hayan sido frustrados. Dios permaneció comprometido con ellos, y a través de Cristo expiaría finalmente sus pecados y los llevaría a la realización plena de lo que había prometido, incluyendo la inclusión en su reino de gente de todas las naciones. Como lo dice el apóstol Pablo: “Porque todas las promesas de Dios son en él ’sí’ ” (2 Cor. 1:20). Esto significa que los israelitas del período de los jueces son nuestros antepasados espirituales, y que el Dios que se mostró a sí mismo tan comprometido con ellos, es nuestro Dios también. No es otro que el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Puede sorprendernos encontrar hombres con faltas tan obvias como Gedeón, Barac, Jefté y Sansón, considerados como héroes de la fe. Pero quizá, luego de reflexionar, no sea tan sorprendente, porque la única cosa que todos ellos sabían era que, al final, era solamente el Señor el que podía salvar a Israel (11:27). Saber eso y actuar en consecuencia, como lo hicieron estos hombres, es de lo que se trata la fe. En este respecto, las historias de los jueces tienen algo que enseñarnos a todos y especialmente a aquellos que son llamados al liderazgo del pueblo de Dios. Pero más importante aún, a pesar de sus muchas faltas, todos los jueces fueron precursores del más grande Salvador de todos. Y quizá es tanto por sus imperfecciones como por sus proezas de poder divino, que ellos apuntan allende sí mismos a él. El libro de Jue. trata de un pueblo sin fe y de un Dios fiel. La historia de Israel en el período de los jueces, es nuestra historia también.
BOSQUEJO DEL CONTENIDO1:1—2:5 Después de Josué: decadencia militar- 1:1, 2 Los israelitas consultan al Señor
- 1:3-21 Los éxitos y fracasos de las tribus del sur
- 1:22-36 Los éxitos y fracasos de las tribus del norte
- 2:1-5 Israel acusado de desobediencia
2:6—3:6 Después de Josué: decadencia espiritual- 2:6-10 El desliz hacia la apostasía
- 2:11-19 Revisión del período de los jueces
- 2:20—3:6 La respuesta última del Señor
3:7 —16:31Las carreras de los jueces- 3:7-11 Otoniel
- 3:12-30 Ehud
- 3:31 Samgar
- 4:1—5:31 Barac (más Débora y Jael)
- 6:1—8:35 Gedeón
- 9:1-57 Experimento de Abimelec con la monarquía
- 10:1-5 Tola y Jaír
- 10:6—12:7 Jefté
- 12:8-15 Ibzán, Elón y Abdón
- 13:1—16:31 Sansón
17:1—18:31 Caos religioso: Micaías y su santuario- 17:1-13 El origen de los ídolos de Micaías
- 18:1-31 La historia subsecuente de los ídolos de Micaías
19:1—21:25 Caos moral: el levita y su concubina- 19:1-28 La violación en Gabaa
- 19:29—21:25 La respuesta a la violación