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  • Pablo (Primer viaje misionero)
    (g) Primer viaje misionero de Pablo. 

    El Espíritu Santo reveló a los profetas de la iglesia en Antioquía que Pablo debía emprender un apostolado itinerante (Hch. 13:1-3); les ordenó asimismo que pusieran aparte a Bernabé y a Pablo para la obra a la que Dios los había llamado. Se desconoce la fecha precisa de este viaje, aunque es situado entre los años 45 y 50 d.C.; es posible que tuviera lugar entre el 46 y el 48. 

    Tampoco se sabe cuánto tiempo duró. Bernabé, que era mayor, dirigía la misión, pero Pablo, más elocuente, se destacó pronto; Juan Marcos los acompañaba. El pequeño grupo se dirigió de Antioquía a Seleucia, en la desembocadura del Orontes. De allí se embarcaron hacia Chipre, país de origen de Bernabé. Los tres misioneros desembarcaron en Salamina, sobre la costa oriental de Chipre, y empezaron a predicar el Evangelio en las sinagogas. Así atravesaron toda la isla, llegando al puerto de Pafos, en el suroeste. Sergio Paulo, el procónsul romano, residía en esta ciudad; interesándose en conocer el Evangelio, intentó oponerse a ello un falso profeta judío, Bar-jesús, que tenía por sobrenombre Elimas (el mago), que gozaba del favor del procónsul. La vehemencia de su oposición a la Palabra de Dios indignó a Pablo, que apostrofó al mago, anunciándole que el Señor lo heriría de ceguera. 

    Testigo de esta intervención divina, y atento a las enseñanzas de los misioneros, abrazó de corazón la fe cristiana (Hch. 13:6-12). El grupo, dirigido ahora por Pablo (cfr. Hch. 13:13), se embarcó hacia Asia Menor, llegando a Perge, en Panfilia. Allí es donde Juan-Marcos rehusó proseguir el viaje, volviéndose a Jerusalén. Se desconocen sus motivos. No parece que Pablo y Bernabé se quedaran en Perge; dirigiéndose al norte, entraron en Frigia, llegando a Antioquía de Pisidia, capital de la provincia romana de Galacia. Los misioneros acudieron a la sinagoga, donde los principales les invitaron a hablar. Entonces Pablo pronunció el gran discurso registrado en Hch. 13:16-41. 

    Después de afirmar que Dios había conducido a Israel y que lo había preparado para recibir al Mesías, Pablo recordó el testimonio dado por Juan el Bautista y el rechazamiento de Jesús por parte de las autoridades judías. Dijo el apóstol que Dios había resucitado a Jesús, en quien se cumplían todas las antiguas promesas hechas a Israel, añadiendo que sólo la fe en Jesús justifica al pecador; exhortó a continuación a los judíos a que no asumieran la misma actitud que los príncipes homicidas de Jerusalén. Este discurso suscitó la hostilidad de los notables judíos, pero convenció a muchos de los israelitas piadosos, y especialmente a muchos de los gentiles que habían sentido la influencia del judaísmo. 

    Estos prosélitos permitieron que Pablo hallara en todas partes el nexo entre la sinagoga y el mundo gentil. El sábado siguiente, los misioneros, injuriados, rompieron el contacto con la sinagoga, y se dirigieron directamente a los gentiles. El Evangelio se expandió por todo el país, pero las autoridades de Antioquía de Pisidia, alertadas por los judíos, expulsaron a Pablo y Bernabé (Hch. 13:50). Se dirigieron entonces a Iconio, ciudad frígica, donde hubo numerosas conversiones de judíos y gentiles (Hch. 13:51-14:1). Los judíos, que mantenían una postura de hostilidad, sublevaron a una parte de la ciudad contra los misioneros, que partieron hacia Listra, y después a Derbe, ciudades importantes de Licaonia (Hch. 14:2-6). En Listra, Pablo curó milagrosamente a un hombre paralítico de nacimiento. 

    La multitud, que creía que se trataba de los dioses Júpiter y Mercurio, les querían ofrecer sacrificios. Bernabé y Pablo se opusieron a ello, y Pablo pronunció su discurso contra la idolatría, resumido en los versículos 15-18. Éste es el segundo de los discursos de Pablo que nos refiere Lucas. La conversión de Timoteo se produjo indudablemente en Listra (cfr. Hch. 16:1; 2 Ti. 1:2; 3:11). Los judíos de Antioquía y de Iconio amotinaron entonces al populacho. 

    Pablo fue lapidado, sacado de la ciudad, y dejado por muerto (Hch. 14:19). Sin embargo, Dios lo reanimó, y se dirigió con Bernabé a Derbe, posiblemente sobre el limite suroriental de la provincia de Galacia (Hch. 14:20). Al llegar a Cilicia por las montañas, los misioneros hubieran podido dirigirse a Tarso y llegar directamente a Antioquía de Siria, después de haber hecho un itinerario circular. Pero deseaban confirmar las nuevas iglesias antes de volver a Antioquía de Siria. 

    Así, volvieron de Derbe a Listra, a Iconio, a Antioquía de Pisidia, y a Perge, consolidando las iglesias y confirmando los ánimos de los discípulos. Se detuvieron en Perge para predicar, lo que probablemente no habían hecho en su anterior viaje. A continuación descendieron a Atalía, puerto de Perge, y allí embarcaron rumbo a Antioquía de Siria (Hch. 14:21-26). Así finalizó el primer viaje misionero de Pablo, en el que había recorrido los centros inmediatamente al oeste de aquellos en los que el Evangelio estaba ya implantado. El método del apóstol era el de presentar el Evangelio en primer lugar a los judíos, y después a los paganos. 

    Descubrió que el judaísmo había influenciado ya a un gran número de gentiles, y que habían quedado preparados para aceptar el mensaje de Cristo. En este método se daba también la fundación de iglesias en las principales ciudades, a las que era fácil el acceso gracias a las excelentes carreteras que el imperio romano había hecho construir para unir entre sí las diversas guarniciones militares. La lengua griega estaba esparcida por todas partes. Es así que Dios había abierto el camino al heraldo del Evangelio. 

    (h) El conflicto con los cristianos judaizantes: conferencia de Jerusalén. 

    El éxito de la obra de Pablo entre los gentiles provocó entonces un conflicto en el seno de la Iglesia. Ciertos cristianos de origen judío, todavía aferrados a la Ley de Moisés, fueron de Jerusalén a Antioquía con el fin de anunciar a los convertidos salidos de la gentilidad que la salvación dependía de la circuncisión (Hch. 15:1). Algunos años atrás, Dios se había servido de Pedro para revelar a la Iglesia que no tenían que obligar a los discípulos de origen gentil a observar la Ley mosaica (Hch. 10:1-11:18). Pero los cristianos judaizantes, en su mayor parte fariseos convertidos (Hch. 15:5), no siguieron las instrucciones de Pedro. 

    Cuando la iglesia de Antioquía vio lo que éstos enseñaban, envió a Pablo, Bernabé y a otros hermanos a Jerusalén, a fin de que sometieran la cuestión a los apóstoles y ancianos (Hch. 15; Gá. 2:1-10; estos dos relatos concuerdan totalmente, a pesar de la diferencia de perspectiva entre ambos redactores). Pablo dice que se puso en marcha después de una revelación directa de Dios (Gá. 2:2). Estaba en juego el porvenir del testimonio cristiano. Triunfaron la fidelidad a la doctrina cristiana y el amor. Pablo y Bernabé expusieron ante la iglesia de Jerusalén la obra que Dios había llevado a cabo por medio de ellos. Los cristianos judaizantes respondieron insistiendo en la necesidad de la circuncisión y de la Ley de Moisés, lo que obligó a los apóstoles y ancianos a reunirse para estudiar el problema (Hch. 16:6-29). Pedro les recordó que Dios había revelado Su voluntad a este respecto cuando Cornelio había sido convertido, y que los mismos judíos no habían podido llevar el yugo de la Ley. 

    Pablo y Bernabé mostraron asimismo cómo Dios había bendecido su obra entre los gentiles. Santiago, el hermano del Señor, declaró que los profetas del AT habían preanunciado que los gentiles serían llamados. Se resolvió reconocer como hermanos a los convertidos incircuncisos, liberándolos de la Ley, pero demandándoles sin embargo que respetaran unas prohibiciones necesarias por su universalidad (de la idolatría, de sangre y de comer animales ahogados, prohibiciones éstas impuestas a Noé y su descendencia, cfr. Gn. 9:3, 4; y de fornicación). Estas prohibiciones no eran ninguna concesión a los escrúpulos judíos, como algunos expositores han alegado. No tendrían ningún sentido como mera concesión después de haber negado la necesidad de la circuncisión, de importancia capital para ellos. 

    La base sobre la que se dan estas prohibiciones a los cristianos surgidos de la gentilidad es la de la voluntad expresa de Dios a «nivel universal», tratándose de «cosas necesarias» (Hch. 15:28, 29). En la Epístola a los Gálatas, Pablo afirma que la iglesia en Jerusalén le prestó su apoyo contra los «falsos hermanos», y que Jacobo, Pedro y Juan le dieron la mano de comunión, reconociendo que Dios, que les había dado a ellos el apostolado entre los judíos, había comisionado a Pablo y a Bernabé para que evangelizaran a los gentiles. Así, Pablo quedó en comunión con los apóstoles, y también en libertad para cumplir su misión. Los judaizantes mostraron entonces su encarnizamiento, manifestando más tarde hostilidad e incluso odio contra Pablo, cuya opinión había prevalecido. 

    Los argumentos del antiguo fariseo habían salvaguardado la unidad de la Iglesia y la libertad de los convertidos incircuncisos. La decisión emitida daba la exacta relación de los cristianos de origen gentil con la Ley, que era su libertad de ella, poniéndolos sin embargo en guardia contra unas prácticas que afectaban a la relación de toda la descendencia de Noé con el Dios único soberano de este mundo, salvaguardando Sus derechos sobre Sí mismo (no adoración a falsos dioses), sobre la Creación (permiso a Noé y a su descendencia para comer la carne de los animales, pero no su sangre), y sobre el hombre mismo (el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor). Sin embargo, la controversia se volvió a desencadenar poco después en Antioquía (Gá. 2:11-21). Pedro, que había llegado a la capital de Siria, participaba al igual que Pablo en las comidas de los creyentes incircuncisos. Después de la llegada de ciertos judíos de Jerusalén, Pedro, e incluso Bernabé, dejaron de comer con los gentiles convertidos. 

    Pablo reprendió públicamente a Pedro, y reafirmó los principios doctrinales sobre los que reposaban los derechos de los gentiles en la Iglesia: la salvación sólo se obtiene por la fe en Cristo, por cuanto el cristiano, crucificado con Cristo, está muerto a la Ley de Moisés. Al morir, Cristo ha cumplido por Su pueblo todas las obligaciones legales. Es suficiente poner la fe en Cristo para venir a ser cristiano; no hay ninguna otra condición a cumplir. Pablo sabía que no se trataba sólo de preservar la unidad de la Iglesia, sino de mantener la base fundamental del Evangelio. Al defender el principio de la salvación por la fe y al dar a conocer por todas partes la Buena Nueva, Pablo contribuyó más que nadie a imprimir el carácter universal del testimonio cristiano. 

    El concilio de Jerusalén tuvo lugar probablemente alrededor del año 48 o 49 d.C. (Véase Cronología al final de este artículo). 

    (i) Segundo viaje misionero. 

    Poco después del concilio de Jerusalén, Pablo propuso a Bernabé que lo acompañara en su segundo viaje (Hch. 15:36). Pero, al rehusar Pablo a Juan Marcos como acompañante, Bernabé decidió no acompañar al apóstol, que se llevó consigo a Silas (véase SILAS). Los misioneros visitaron al principio las iglesias en Siria y Cilicia, y después cruzaron los desfiladeros del Taurus con el fin de visitar las comunidades que Pablo había fundado durante su primer viaje. 

    Llegaron a Derbe, dirigiéndose a continuación a Listra, donde el apóstol circuncidó a Timoteo, para evitar escandalizar a los judíos, porque Timoteo, a quien quería llevar de acompañante, era hijo de padre griego. Pablo hizo así muestra de sus deseos de conciliación, aunque no cedió ni un ápice en la cuestión de principio. Timoteo era de ascendencia judía por parte de madre, por lo que no era lo mismo que si hubiera sido un creyente de origen totalmente gentil. 

    De Listra fueron, según parece, a Iconio y Antioquía de Pisidia. La continuación de su viaje ha suscitado controversias entre los comentaristas, y ha dado lugar a dos interpretaciones: (A) Ramsay y otros exegetas creen que las iglesias del primer viaje son las «iglesias de Galacia», a las que más tarde se dirigió la Epístola a los Gálatas (véanse GALACIA, GÁLATAS [EPÍSTOLA A LOS]). Estos comentaristas sostienen que Pablo fue directamente a Antioquía de Pisidia, al norte, y que atravesó la provincia romana de Asia, pero sin predicar, porque «les fue prohibido por el Espíritu Santo predicar la palabra en Asia» (Hch. 16:6). 

    Habiendo llegado a Misia (Hch. 16:7), los misioneros intentaron entrar en Bitinia, pero de nuevo se vieron impedidos. Dejando entonces Misia a un lado, se dirigieron al oeste, atravesando o pasando junto a Misia, para llegar a Troas. (B) La interpretación más aceptada es que, de Antioquía de Pisidia, los viajeros se dirigieron a la Galacia propia. Pablo cayó enfermo, pero aprovechó esta detención en Galacia para anunciar el Evangelio y fundar las iglesias de Galacia (Gá. 4:13-15). La orden de no predicar en la provincia de Asia determinó este itinerario de Antioquía de Pisidia hacia el noreste. Cuando Pablo hubo acabado de predicar en la Galacia propiamente dicha, intentó entrar en Bitinia, pero el Espíritu Santo se opuso nuevamente a sus intenciones. El apóstol se dirigió entonces hacia el oeste (la segunda interpretación se une aquí con la primera) atravesando Misia o rodeándola para llegar a Troas. 

    Lucas habla muy poco de este período. El Espíritu Santo estaba dirigiendo a los misioneros hacia Europa, y el relato de Lucas es tan precipitado como el ímpetu con el que se movían. En Troas, Pablo tuvo la visión de un varón macedonio suplicando que los ayudara (Hch. 16:9). En respuesta a este llamamiento, los misioneros, a los que se unió Lucas, emprendieron la travesía hacia Europa, desembarcando en Neápolis, y dirigiéndose acto seguido hacia la importante ciudad de Filipos. 

    Allí Pablo fundó una iglesia (Hch. 16:11-40), y esta iglesia sería especial objeto de su afecto (Fil. 1:4-7; 4:1, 15). Fue también en esta ciudad que fue entregado por primera vez a los magistrados romanos y que constató cómo su ciudadanía romana podía ser de utilidad para ayudarle en su obra (Hch. 16:20-24, 37-39). Dejando a Lucas en Filipos, Pablo se dirigió a Tesalónica junto con Silas y Timoteo. El breve relato de Hch. 17:1-9 acerca de la iglesia en Tesalónica se completa mediante los datos que se dan en las epístolas a los Tesalonicenses. En esta ciudad el apóstol ganó para Cristo a muchos griegos, poniendo con mucho cuidado las bases de la iglesia, dando ejemplo de trabajo y de frugalidad, fabricando tiendas para no ser una carga para nadie (1 Ts. 2, etc.). 

    Pero los judíos de Tesalónica desencadenaron una persecución contra Pablo. Los hermanos lo hicieron partir entonces con Silas hacia Berea, donde la predicación suscitó numerosas conversiones, incluso entre los judíos. De allí, Pablo se dirigió a Atenas. Esta ciudad frustró sus esfuerzos. Hch. 17:22-31 da el resumen del discurso que pronunció ante los filósofos, sobre la colina de Marte (Areópago). 

    Pablo expuso las verdades comunes al estoicismo y el Evangelio, proclamando fielmente ante un auditorio sumamente crítico que ellos debían volverse al Dios verdadero, arrepintiéndose y creyendo en Cristo, con vistas al juicio que había de venir, y a la resurrección. Acto seguido partió para Corinto, quedándose allí dieciocho meses, y ganando a numerosas almas para la fe. Allí conoció a Aquila y a Priscila, hospedándose en la casa de ellos (Hch. 18:1-3). La predicación de Pablo provocó la ira de los judíos; dejó entonces de frecuentar la sinagoga y desde aquel momento anunció el Evangelio en casa de uno llamado Justo, cuya casa estaba junto a la sinagoga (Hch. 18:5-7). En Hch. 18:8, 10 y 1 Co. 2:1-5 se hace alusión a los sufrimientos morales de Pablo en Corinto, en su resolución de anunciar en Grecia, como en todos los otros lugares, el Evangelio del Crucificado; 1ª Corintios revela su éxito, así como también las tentaciones de los cristianos de Corinto, objeto de la solicitud del apóstol. La situación en las otras iglesias también le provocaba inquietudes. 

    Es en Corinto que redactó las dos epístolas a los Tesalonicenses, con instrucciones prácticas, y poniéndolos en guardia contra ciertos errores doctrinales. La hostilidad de los judíos no cesaba. Hicieron comparecer a Pablo ante Galión, nuevo procónsul de Corinto. El descubrimiento, en 1905, de la «Piedra de Delfos» permite situar el proconsulado de Galión entre mayo del año 51 y el 52, lo que permite así establecer la fecha de la estancia de Pablo en Corinto. Galión declaró que la misma sinagoga debía resolver estas diferencias, por cuanto el apóstol no había violado ninguna ley romana. Así, en aquella época Roma protegía a los cristianos al identificarlos con judíos. 

    Pablo pudo quedarse en Corinto sin ser molestado. De todas las misiones de Pablo, la de Corinto fue una de las más fructíferas. Acto seguido pasó a Éfeso; no se quedó allí, aunque prometió su vuelta, y se embarcó rumbo a Cesarea, desde donde sin duda fue a Jerusalén (Hch. 18:22) para saludar a la iglesia, volviendo de allí a Antioquía de Siria, el punto de partida de este segundo viaje (Hch. 18:22), en el curso del cual había llevado el cristianismo a Europa, al evangelizar Macedonia y Acaya. El Evangelio había dado un gran paso para introducirse de lleno en el Imperio Romano. 

    (j) Tercer viaje misionero. 

    Después de una corta estancia en Antioquía, Pablo emprendió su tercer viaje, probablemente en el año 53 d.C. Recorrió «la región de Galacia y de Frigia, confirmando a todos los discípulos» (Hch. 18:23), llegando después a Éfeso. El Espíritu Santo le permitiría ahora a Pablo predicar la Palabra en la provincia de Asia, en tanto que le había sido prohibido durante su segundo viaje. El apóstol hizo de Éfeso, capital de Asia Menor, su base de operaciones a lo largo de tres años (Hch. 19:8, 9; 20:31). 

    Enseñó durante tres meses en la sinagoga (Hch. 19:8), y después, durante dos años, en una escuela o sala de conferencias de uno llamado Tiranno (Hch. 19:9). Características de su apostolado en Éfeso: Extensión y profundidad de su enseñanza (Hch. 20:18-31); milagros extraordinarios (Hch. 19:11, 12); un triunfo tan grande que todos los habitantes de la región oyeron la Palabra del Señor (Hch. 19:10); actitud amistosa de algunos de los principales funcionarios de la provincia de Asia para con Pablo (Hch. 19:31). Oposición constante e incluso encarnizada (Hch. 19:23-40; 1 Co. 4:9-13; 15:32); cuidado del apóstol hacia todas las iglesias (2 Co. 11:28). 

    Son numerosos los episodios de la vida de Pablo durante este período que no figuran en Hechos. Sabiendo que había judaizantes que atacaban su doctrina y que la desacreditaban en Galacia, Pablo escribió su Epístola a los Gálatas, en la que defiende su apostolado. Ésta es la primera epístola en la que se define y expone la doctrina de la gracia. La iglesia de Corinto escribió a Pablo para pedir su definición acerca de importantes cuestiones. Informes posteriores revelaron otros desórdenes en la iglesia de Corinto, a la que el apóstol envió entonces la epístola que recibe el nombre de Primera Epístola a los Corintios. 

    Los cristianos de Corinto recibieron, mediante este escrito, instrucciones prácticas y decisiones disciplinarias que evidencian la sabiduría de Pablo. Sin embargo, los elementos sediciosos prosiguieron su labor de zapa. Son numerosos los exegetas que piensan que el padre espiritual de esta joven iglesia les hizo una breve visita para restablecer el orden, después de haber enviado 1 Corintios (cfr. 2 Co. 12:14; 13:1). 

    Antes de abandonar Éfeso, el apóstol envió a Tito a Corinto. Tito debía después de ello reunirse con Pablo en Troas (2 Co. 2:12), lo que no sucedió. Inquieto, el apóstol se dirigió a Macedonia (Hch. 20:1), donde volvió a encontrarse con Timoteo y Erasto, que había enviado antes allí (Hch. 19:22). Por fin llegó Tito (2 Co. 2:12-14; 7: 5-16), con la noticia de que los corintios estaban cumpliendo fielmente las instrucciones de Pablo. Entonces les escribió 2 Corintios, que es la epístola en la que se hallan más detalles autobiográficos de Pablo. Allí se regocija de la obediencia de los corintios, les recomienda la colecta para los santos en Jerusalén, e insiste en la defensa de su apostolado. De Macedonia, Pablo se dirigió a Corinto, pasando allí el invierno del año 56 al 57, acabando de disciplinar y de organizar a la iglesia de esta ciudad. 

    Es entonces que escribió su exposición más completa de la doctrina de la salvación, la Epístola a los Romanos. El apóstol deseaba vivamente ejercer su ministerio en Roma (Hch. 19:21; Ro. 1:11-15; 15:23-28), pero no podía ir enseguida porque debía llevar a Roma los dones de los gentiles convertidos. Los introductores del Evangelio en Roma habían sido especialmente amigos y discípulos de Pablo (cfr. Ro. 16). Mediante su Epístola a los Romanos, Pablo los instruyó plenamente en la doctrina que él proclamaba. 

    La siguiente etapa iba a conducirlo por última vez a Jerusalén. Sus compañeros representaban a diversas iglesias de gentiles convertidos (Hch. 20:4). Los judíos estaban ferozmente opuestos a la evangelización de los gentiles. En cuanto a los cristianos surgidos del judaísmo, ellos mismos desconfiaban de Pablo y de su obra. Ésta es una de las razones de que el apóstol pidiera a las iglesias de la gentilidad que probaran su lealtad mediante el envío de una generosa ofrenda a los cristianos pobres de Judea. Pablo y sus amigos dejaron Corinto con el fin de llevar estos dones a Jerusalén. 

    Enterándose de que los judíos le querían tender una celada (Hch. 20:3), renunciaron a embarcarse e ir directamente a Siria. Dieron un rodeo por Macedonia (Hch. 20:3). Pablo se quedó en Filipos mientras sus compañeros se dirigían a Troas. Lucas se reunió con él en Filipos (Hch. 20:5). 

    Después de la Pascua, Pablo y Lucas se embarcaron en Neápolis, un puerto de Filipos, para volver a encontrar a sus amigos en Troas, donde pasaron siete días (Hch. 20:6). Allí había una iglesia. Lucas refiere los acontecimientos que tuvieron lugar inmediatamente antes de la partida del apóstol (Hch. 20:7-12). Pablo fue de Troas a Asón por tierra, lo que era una distancia de unos 32 Km. En Asón se encontró con sus compañeros de viaje, que lo habían precedido por vía marítima (Hch. 20:13). 

    Su nave llegó a continuación a Mitilene, en la costa oriental de la isla de Lesbos, pasando luego hacia el sur entre la isla de Quios y la costa de Asia Menor, tocó al día siguiente la isla de Samos, y llegó a Mileto al cabo de otros días (Hch. 20:14, 15). Ciertos mss. indican que el grupo hizo «escala en Trogilio» después de haber salido de Samos. Mileto estaba a 58 Km. al suroeste de Éfeso. 

    Pablo, que se apresuraba a ir a Jerusalén, no había querido ir a Éfeso, pero envió a buscar a los ancianos de aquella iglesia. Acudieron ellos a Mileto, donde el apóstol les dirigió sus últimas exhortaciones, que nos revelan la profundidad de su consagración, de su amor hacia los convertidos, y de su conocimiento profético (Hch. 20:18- 35). Abandonando Mileto, la nave se dirigió hacia la isla de Cos (Hch. 21:1), a 64 Km. al sur. Al día siguiente llegó a Rodas, capital de la isla de este nombre, a unos 80 Km. al sureste de Cos. De Rodas la nave tocó Patara, sobre la costa de Licia (Hch. 21:1), donde el grupo misionero efectuó un cambio de naves, emprendiendo viaje hacia Fenicia (Siria) (Hch. 21:2). Pasaron a la vista de Chipre, que dejaron a mano izquierda, y arribaron a Tiro (Hch. 21:3). 

    El apóstol y sus amigos se quedaron allí por siete días; los cristianos de Tiro suplicaron a Pablo en vano que no fuera a Jerusalén (Hch. 21:4). Después de haber orado con ellos (Hch. 21:5, 6), el apóstol y sus compañeros subieron a una nave que iba a Ptolemais (la actual Akko, San Juan Acre en tiempos de los cruzados). Se quedaron allí un día con los hermanos en esta localidad, y después llegaron a Cesarea por la carretera (Hch. 21:7, 8). Se quedaron en casa de Felipe el evangelista. 

    Agabo, el profeta que había predicho una época de hambre durante la primera estancia del apóstol Pablo en Antioquía de Siria (Hch. 11:28), se ató los pies y las manos, y anunció que los judíos atarían de aquella manera a Pablo y lo entregarían a los gentiles. 

    A pesar de estas advertencias y de las lágrimas de la comunidad, Pablo, y algunos de sus discípulos, subieron a Jerusalén (Hch. 21:11-14). Así acabó el tercer viaje misionero.

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  • Pablo (Primer viaje misionero)
    (g) Primer viaje misionero de Pablo. 

    El Espíritu Santo reveló a los profetas de la iglesia en Antioquía que Pablo debía emprender un apostolado itinerante (Hch. 13:1-3); les ordenó asimismo que pusieran aparte a Bernabé y a Pablo para la obra a la que Dios los había llamado. Se desconoce la fecha precisa de este viaje, aunque es situado entre los años 45 y 50 d.C.; es posible que tuviera lugar entre el 46 y el 48. 

    Tampoco se sabe cuánto tiempo duró. Bernabé, que era mayor, dirigía la misión, pero Pablo, más elocuente, se destacó pronto; Juan Marcos los acompañaba. El pequeño grupo se dirigió de Antioquía a Seleucia, en la desembocadura del Orontes. De allí se embarcaron hacia Chipre, país de origen de Bernabé. Los tres misioneros desembarcaron en Salamina, sobre la costa oriental de Chipre, y empezaron a predicar el Evangelio en las sinagogas. Así atravesaron toda la isla, llegando al puerto de Pafos, en el suroeste. Sergio Paulo, el procónsul romano, residía en esta ciudad; interesándose en conocer el Evangelio, intentó oponerse a ello un falso profeta judío, Bar-jesús, que tenía por sobrenombre Elimas (el mago), que gozaba del favor del procónsul. La vehemencia de su oposición a la Palabra de Dios indignó a Pablo, que apostrofó al mago, anunciándole que el Señor lo heriría de ceguera. 

    Testigo de esta intervención divina, y atento a las enseñanzas de los misioneros, abrazó de corazón la fe cristiana (Hch. 13:6-12). El grupo, dirigido ahora por Pablo (cfr. Hch. 13:13), se embarcó hacia Asia Menor, llegando a Perge, en Panfilia. Allí es donde Juan-Marcos rehusó proseguir el viaje, volviéndose a Jerusalén. Se desconocen sus motivos. No parece que Pablo y Bernabé se quedaran en Perge; dirigiéndose al norte, entraron en Frigia, llegando a Antioquía de Pisidia, capital de la provincia romana de Galacia. Los misioneros acudieron a la sinagoga, donde los principales les invitaron a hablar. Entonces Pablo pronunció el gran discurso registrado en Hch. 13:16-41. 

    Después de afirmar que Dios había conducido a Israel y que lo había preparado para recibir al Mesías, Pablo recordó el testimonio dado por Juan el Bautista y el rechazamiento de Jesús por parte de las autoridades judías. Dijo el apóstol que Dios había resucitado a Jesús, en quien se cumplían todas las antiguas promesas hechas a Israel, añadiendo que sólo la fe en Jesús justifica al pecador; exhortó a continuación a los judíos a que no asumieran la misma actitud que los príncipes homicidas de Jerusalén. Este discurso suscitó la hostilidad de los notables judíos, pero convenció a muchos de los israelitas piadosos, y especialmente a muchos de los gentiles que habían sentido la influencia del judaísmo. 

    Estos prosélitos permitieron que Pablo hallara en todas partes el nexo entre la sinagoga y el mundo gentil. El sábado siguiente, los misioneros, injuriados, rompieron el contacto con la sinagoga, y se dirigieron directamente a los gentiles. El Evangelio se expandió por todo el país, pero las autoridades de Antioquía de Pisidia, alertadas por los judíos, expulsaron a Pablo y Bernabé (Hch. 13:50). Se dirigieron entonces a Iconio, ciudad frígica, donde hubo numerosas conversiones de judíos y gentiles (Hch. 13:51-14:1). Los judíos, que mantenían una postura de hostilidad, sublevaron a una parte de la ciudad contra los misioneros, que partieron hacia Listra, y después a Derbe, ciudades importantes de Licaonia (Hch. 14:2-6). En Listra, Pablo curó milagrosamente a un hombre paralítico de nacimiento. 

    La multitud, que creía que se trataba de los dioses Júpiter y Mercurio, les querían ofrecer sacrificios. Bernabé y Pablo se opusieron a ello, y Pablo pronunció su discurso contra la idolatría, resumido en los versículos 15-18. Éste es el segundo de los discursos de Pablo que nos refiere Lucas. La conversión de Timoteo se produjo indudablemente en Listra (cfr. Hch. 16:1; 2 Ti. 1:2; 3:11). Los judíos de Antioquía y de Iconio amotinaron entonces al populacho. 

    Pablo fue lapidado, sacado de la ciudad, y dejado por muerto (Hch. 14:19). Sin embargo, Dios lo reanimó, y se dirigió con Bernabé a Derbe, posiblemente sobre el limite suroriental de la provincia de Galacia (Hch. 14:20). Al llegar a Cilicia por las montañas, los misioneros hubieran podido dirigirse a Tarso y llegar directamente a Antioquía de Siria, después de haber hecho un itinerario circular. Pero deseaban confirmar las nuevas iglesias antes de volver a Antioquía de Siria. 

    Así, volvieron de Derbe a Listra, a Iconio, a Antioquía de Pisidia, y a Perge, consolidando las iglesias y confirmando los ánimos de los discípulos. Se detuvieron en Perge para predicar, lo que probablemente no habían hecho en su anterior viaje. A continuación descendieron a Atalía, puerto de Perge, y allí embarcaron rumbo a Antioquía de Siria (Hch. 14:21-26). Así finalizó el primer viaje misionero de Pablo, en el que había recorrido los centros inmediatamente al oeste de aquellos en los que el Evangelio estaba ya implantado. El método del apóstol era el de presentar el Evangelio en primer lugar a los judíos, y después a los paganos. 

    Descubrió que el judaísmo había influenciado ya a un gran número de gentiles, y que habían quedado preparados para aceptar el mensaje de Cristo. En este método se daba también la fundación de iglesias en las principales ciudades, a las que era fácil el acceso gracias a las excelentes carreteras que el imperio romano había hecho construir para unir entre sí las diversas guarniciones militares. La lengua griega estaba esparcida por todas partes. Es así que Dios había abierto el camino al heraldo del Evangelio. 

    (h) El conflicto con los cristianos judaizantes: conferencia de Jerusalén. 

    El éxito de la obra de Pablo entre los gentiles provocó entonces un conflicto en el seno de la Iglesia. Ciertos cristianos de origen judío, todavía aferrados a la Ley de Moisés, fueron de Jerusalén a Antioquía con el fin de anunciar a los convertidos salidos de la gentilidad que la salvación dependía de la circuncisión (Hch. 15:1). Algunos años atrás, Dios se había servido de Pedro para revelar a la Iglesia que no tenían que obligar a los discípulos de origen gentil a observar la Ley mosaica (Hch. 10:1-11:18). Pero los cristianos judaizantes, en su mayor parte fariseos convertidos (Hch. 15:5), no siguieron las instrucciones de Pedro. 

    Cuando la iglesia de Antioquía vio lo que éstos enseñaban, envió a Pablo, Bernabé y a otros hermanos a Jerusalén, a fin de que sometieran la cuestión a los apóstoles y ancianos (Hch. 15; Gá. 2:1-10; estos dos relatos concuerdan totalmente, a pesar de la diferencia de perspectiva entre ambos redactores). Pablo dice que se puso en marcha después de una revelación directa de Dios (Gá. 2:2). Estaba en juego el porvenir del testimonio cristiano. Triunfaron la fidelidad a la doctrina cristiana y el amor. Pablo y Bernabé expusieron ante la iglesia de Jerusalén la obra que Dios había llevado a cabo por medio de ellos. Los cristianos judaizantes respondieron insistiendo en la necesidad de la circuncisión y de la Ley de Moisés, lo que obligó a los apóstoles y ancianos a reunirse para estudiar el problema (Hch. 16:6-29). Pedro les recordó que Dios había revelado Su voluntad a este respecto cuando Cornelio había sido convertido, y que los mismos judíos no habían podido llevar el yugo de la Ley. 

    Pablo y Bernabé mostraron asimismo cómo Dios había bendecido su obra entre los gentiles. Santiago, el hermano del Señor, declaró que los profetas del AT habían preanunciado que los gentiles serían llamados. Se resolvió reconocer como hermanos a los convertidos incircuncisos, liberándolos de la Ley, pero demandándoles sin embargo que respetaran unas prohibiciones necesarias por su universalidad (de la idolatría, de sangre y de comer animales ahogados, prohibiciones éstas impuestas a Noé y su descendencia, cfr. Gn. 9:3, 4; y de fornicación). Estas prohibiciones no eran ninguna concesión a los escrúpulos judíos, como algunos expositores han alegado. No tendrían ningún sentido como mera concesión después de haber negado la necesidad de la circuncisión, de importancia capital para ellos. 

    La base sobre la que se dan estas prohibiciones a los cristianos surgidos de la gentilidad es la de la voluntad expresa de Dios a «nivel universal», tratándose de «cosas necesarias» (Hch. 15:28, 29). En la Epístola a los Gálatas, Pablo afirma que la iglesia en Jerusalén le prestó su apoyo contra los «falsos hermanos», y que Jacobo, Pedro y Juan le dieron la mano de comunión, reconociendo que Dios, que les había dado a ellos el apostolado entre los judíos, había comisionado a Pablo y a Bernabé para que evangelizaran a los gentiles. Así, Pablo quedó en comunión con los apóstoles, y también en libertad para cumplir su misión. Los judaizantes mostraron entonces su encarnizamiento, manifestando más tarde hostilidad e incluso odio contra Pablo, cuya opinión había prevalecido. 

    Los argumentos del antiguo fariseo habían salvaguardado la unidad de la Iglesia y la libertad de los convertidos incircuncisos. La decisión emitida daba la exacta relación de los cristianos de origen gentil con la Ley, que era su libertad de ella, poniéndolos sin embargo en guardia contra unas prácticas que afectaban a la relación de toda la descendencia de Noé con el Dios único soberano de este mundo, salvaguardando Sus derechos sobre Sí mismo (no adoración a falsos dioses), sobre la Creación (permiso a Noé y a su descendencia para comer la carne de los animales, pero no su sangre), y sobre el hombre mismo (el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor). Sin embargo, la controversia se volvió a desencadenar poco después en Antioquía (Gá. 2:11-21). Pedro, que había llegado a la capital de Siria, participaba al igual que Pablo en las comidas de los creyentes incircuncisos. Después de la llegada de ciertos judíos de Jerusalén, Pedro, e incluso Bernabé, dejaron de comer con los gentiles convertidos. 

    Pablo reprendió públicamente a Pedro, y reafirmó los principios doctrinales sobre los que reposaban los derechos de los gentiles en la Iglesia: la salvación sólo se obtiene por la fe en Cristo, por cuanto el cristiano, crucificado con Cristo, está muerto a la Ley de Moisés. Al morir, Cristo ha cumplido por Su pueblo todas las obligaciones legales. Es suficiente poner la fe en Cristo para venir a ser cristiano; no hay ninguna otra condición a cumplir. Pablo sabía que no se trataba sólo de preservar la unidad de la Iglesia, sino de mantener la base fundamental del Evangelio. Al defender el principio de la salvación por la fe y al dar a conocer por todas partes la Buena Nueva, Pablo contribuyó más que nadie a imprimir el carácter universal del testimonio cristiano. 

    El concilio de Jerusalén tuvo lugar probablemente alrededor del año 48 o 49 d.C. (Véase Cronología al final de este artículo). 

    (i) Segundo viaje misionero. 

    Poco después del concilio de Jerusalén, Pablo propuso a Bernabé que lo acompañara en su segundo viaje (Hch. 15:36). Pero, al rehusar Pablo a Juan Marcos como acompañante, Bernabé decidió no acompañar al apóstol, que se llevó consigo a Silas (véase SILAS). Los misioneros visitaron al principio las iglesias en Siria y Cilicia, y después cruzaron los desfiladeros del Taurus con el fin de visitar las comunidades que Pablo había fundado durante su primer viaje. 

    Llegaron a Derbe, dirigiéndose a continuación a Listra, donde el apóstol circuncidó a Timoteo, para evitar escandalizar a los judíos, porque Timoteo, a quien quería llevar de acompañante, era hijo de padre griego. Pablo hizo así muestra de sus deseos de conciliación, aunque no cedió ni un ápice en la cuestión de principio. Timoteo era de ascendencia judía por parte de madre, por lo que no era lo mismo que si hubiera sido un creyente de origen totalmente gentil. 

    De Listra fueron, según parece, a Iconio y Antioquía de Pisidia. La continuación de su viaje ha suscitado controversias entre los comentaristas, y ha dado lugar a dos interpretaciones: (A) Ramsay y otros exegetas creen que las iglesias del primer viaje son las «iglesias de Galacia», a las que más tarde se dirigió la Epístola a los Gálatas (véanse GALACIA, GÁLATAS [EPÍSTOLA A LOS]). Estos comentaristas sostienen que Pablo fue directamente a Antioquía de Pisidia, al norte, y que atravesó la provincia romana de Asia, pero sin predicar, porque «les fue prohibido por el Espíritu Santo predicar la palabra en Asia» (Hch. 16:6). 

    Habiendo llegado a Misia (Hch. 16:7), los misioneros intentaron entrar en Bitinia, pero de nuevo se vieron impedidos. Dejando entonces Misia a un lado, se dirigieron al oeste, atravesando o pasando junto a Misia, para llegar a Troas. (B) La interpretación más aceptada es que, de Antioquía de Pisidia, los viajeros se dirigieron a la Galacia propia. Pablo cayó enfermo, pero aprovechó esta detención en Galacia para anunciar el Evangelio y fundar las iglesias de Galacia (Gá. 4:13-15). La orden de no predicar en la provincia de Asia determinó este itinerario de Antioquía de Pisidia hacia el noreste. Cuando Pablo hubo acabado de predicar en la Galacia propiamente dicha, intentó entrar en Bitinia, pero el Espíritu Santo se opuso nuevamente a sus intenciones. El apóstol se dirigió entonces hacia el oeste (la segunda interpretación se une aquí con la primera) atravesando Misia o rodeándola para llegar a Troas. 

    Lucas habla muy poco de este período. El Espíritu Santo estaba dirigiendo a los misioneros hacia Europa, y el relato de Lucas es tan precipitado como el ímpetu con el que se movían. En Troas, Pablo tuvo la visión de un varón macedonio suplicando que los ayudara (Hch. 16:9). En respuesta a este llamamiento, los misioneros, a los que se unió Lucas, emprendieron la travesía hacia Europa, desembarcando en Neápolis, y dirigiéndose acto seguido hacia la importante ciudad de Filipos. 

    Allí Pablo fundó una iglesia (Hch. 16:11-40), y esta iglesia sería especial objeto de su afecto (Fil. 1:4-7; 4:1, 15). Fue también en esta ciudad que fue entregado por primera vez a los magistrados romanos y que constató cómo su ciudadanía romana podía ser de utilidad para ayudarle en su obra (Hch. 16:20-24, 37-39). Dejando a Lucas en Filipos, Pablo se dirigió a Tesalónica junto con Silas y Timoteo. El breve relato de Hch. 17:1-9 acerca de la iglesia en Tesalónica se completa mediante los datos que se dan en las epístolas a los Tesalonicenses. En esta ciudad el apóstol ganó para Cristo a muchos griegos, poniendo con mucho cuidado las bases de la iglesia, dando ejemplo de trabajo y de frugalidad, fabricando tiendas para no ser una carga para nadie (1 Ts. 2, etc.). 

    Pero los judíos de Tesalónica desencadenaron una persecución contra Pablo. Los hermanos lo hicieron partir entonces con Silas hacia Berea, donde la predicación suscitó numerosas conversiones, incluso entre los judíos. De allí, Pablo se dirigió a Atenas. Esta ciudad frustró sus esfuerzos. Hch. 17:22-31 da el resumen del discurso que pronunció ante los filósofos, sobre la colina de Marte (Areópago). 

    Pablo expuso las verdades comunes al estoicismo y el Evangelio, proclamando fielmente ante un auditorio sumamente crítico que ellos debían volverse al Dios verdadero, arrepintiéndose y creyendo en Cristo, con vistas al juicio que había de venir, y a la resurrección. Acto seguido partió para Corinto, quedándose allí dieciocho meses, y ganando a numerosas almas para la fe. Allí conoció a Aquila y a Priscila, hospedándose en la casa de ellos (Hch. 18:1-3). La predicación de Pablo provocó la ira de los judíos; dejó entonces de frecuentar la sinagoga y desde aquel momento anunció el Evangelio en casa de uno llamado Justo, cuya casa estaba junto a la sinagoga (Hch. 18:5-7). En Hch. 18:8, 10 y 1 Co. 2:1-5 se hace alusión a los sufrimientos morales de Pablo en Corinto, en su resolución de anunciar en Grecia, como en todos los otros lugares, el Evangelio del Crucificado; 1ª Corintios revela su éxito, así como también las tentaciones de los cristianos de Corinto, objeto de la solicitud del apóstol. La situación en las otras iglesias también le provocaba inquietudes. 

    Es en Corinto que redactó las dos epístolas a los Tesalonicenses, con instrucciones prácticas, y poniéndolos en guardia contra ciertos errores doctrinales. La hostilidad de los judíos no cesaba. Hicieron comparecer a Pablo ante Galión, nuevo procónsul de Corinto. El descubrimiento, en 1905, de la «Piedra de Delfos» permite situar el proconsulado de Galión entre mayo del año 51 y el 52, lo que permite así establecer la fecha de la estancia de Pablo en Corinto. Galión declaró que la misma sinagoga debía resolver estas diferencias, por cuanto el apóstol no había violado ninguna ley romana. Así, en aquella época Roma protegía a los cristianos al identificarlos con judíos. 

    Pablo pudo quedarse en Corinto sin ser molestado. De todas las misiones de Pablo, la de Corinto fue una de las más fructíferas. Acto seguido pasó a Éfeso; no se quedó allí, aunque prometió su vuelta, y se embarcó rumbo a Cesarea, desde donde sin duda fue a Jerusalén (Hch. 18:22) para saludar a la iglesia, volviendo de allí a Antioquía de Siria, el punto de partida de este segundo viaje (Hch. 18:22), en el curso del cual había llevado el cristianismo a Europa, al evangelizar Macedonia y Acaya. El Evangelio había dado un gran paso para introducirse de lleno en el Imperio Romano. 

    (j) Tercer viaje misionero. 

    Después de una corta estancia en Antioquía, Pablo emprendió su tercer viaje, probablemente en el año 53 d.C. Recorrió «la región de Galacia y de Frigia, confirmando a todos los discípulos» (Hch. 18:23), llegando después a Éfeso. El Espíritu Santo le permitiría ahora a Pablo predicar la Palabra en la provincia de Asia, en tanto que le había sido prohibido durante su segundo viaje. El apóstol hizo de Éfeso, capital de Asia Menor, su base de operaciones a lo largo de tres años (Hch. 19:8, 9; 20:31). 

    Enseñó durante tres meses en la sinagoga (Hch. 19:8), y después, durante dos años, en una escuela o sala de conferencias de uno llamado Tiranno (Hch. 19:9). Características de su apostolado en Éfeso: Extensión y profundidad de su enseñanza (Hch. 20:18-31); milagros extraordinarios (Hch. 19:11, 12); un triunfo tan grande que todos los habitantes de la región oyeron la Palabra del Señor (Hch. 19:10); actitud amistosa de algunos de los principales funcionarios de la provincia de Asia para con Pablo (Hch. 19:31). Oposición constante e incluso encarnizada (Hch. 19:23-40; 1 Co. 4:9-13; 15:32); cuidado del apóstol hacia todas las iglesias (2 Co. 11:28). 

    Son numerosos los episodios de la vida de Pablo durante este período que no figuran en Hechos. Sabiendo que había judaizantes que atacaban su doctrina y que la desacreditaban en Galacia, Pablo escribió su Epístola a los Gálatas, en la que defiende su apostolado. Ésta es la primera epístola en la que se define y expone la doctrina de la gracia. La iglesia de Corinto escribió a Pablo para pedir su definición acerca de importantes cuestiones. Informes posteriores revelaron otros desórdenes en la iglesia de Corinto, a la que el apóstol envió entonces la epístola que recibe el nombre de Primera Epístola a los Corintios. 

    Los cristianos de Corinto recibieron, mediante este escrito, instrucciones prácticas y decisiones disciplinarias que evidencian la sabiduría de Pablo. Sin embargo, los elementos sediciosos prosiguieron su labor de zapa. Son numerosos los exegetas que piensan que el padre espiritual de esta joven iglesia les hizo una breve visita para restablecer el orden, después de haber enviado 1 Corintios (cfr. 2 Co. 12:14; 13:1). 

    Antes de abandonar Éfeso, el apóstol envió a Tito a Corinto. Tito debía después de ello reunirse con Pablo en Troas (2 Co. 2:12), lo que no sucedió. Inquieto, el apóstol se dirigió a Macedonia (Hch. 20:1), donde volvió a encontrarse con Timoteo y Erasto, que había enviado antes allí (Hch. 19:22). Por fin llegó Tito (2 Co. 2:12-14; 7: 5-16), con la noticia de que los corintios estaban cumpliendo fielmente las instrucciones de Pablo. Entonces les escribió 2 Corintios, que es la epístola en la que se hallan más detalles autobiográficos de Pablo. Allí se regocija de la obediencia de los corintios, les recomienda la colecta para los santos en Jerusalén, e insiste en la defensa de su apostolado. De Macedonia, Pablo se dirigió a Corinto, pasando allí el invierno del año 56 al 57, acabando de disciplinar y de organizar a la iglesia de esta ciudad. 

    Es entonces que escribió su exposición más completa de la doctrina de la salvación, la Epístola a los Romanos. El apóstol deseaba vivamente ejercer su ministerio en Roma (Hch. 19:21; Ro. 1:11-15; 15:23-28), pero no podía ir enseguida porque debía llevar a Roma los dones de los gentiles convertidos. Los introductores del Evangelio en Roma habían sido especialmente amigos y discípulos de Pablo (cfr. Ro. 16). Mediante su Epístola a los Romanos, Pablo los instruyó plenamente en la doctrina que él proclamaba. 

    La siguiente etapa iba a conducirlo por última vez a Jerusalén. Sus compañeros representaban a diversas iglesias de gentiles convertidos (Hch. 20:4). Los judíos estaban ferozmente opuestos a la evangelización de los gentiles. En cuanto a los cristianos surgidos del judaísmo, ellos mismos desconfiaban de Pablo y de su obra. Ésta es una de las razones de que el apóstol pidiera a las iglesias de la gentilidad que probaran su lealtad mediante el envío de una generosa ofrenda a los cristianos pobres de Judea. Pablo y sus amigos dejaron Corinto con el fin de llevar estos dones a Jerusalén. 

    Enterándose de que los judíos le querían tender una celada (Hch. 20:3), renunciaron a embarcarse e ir directamente a Siria. Dieron un rodeo por Macedonia (Hch. 20:3). Pablo se quedó en Filipos mientras sus compañeros se dirigían a Troas. Lucas se reunió con él en Filipos (Hch. 20:5). 

    Después de la Pascua, Pablo y Lucas se embarcaron en Neápolis, un puerto de Filipos, para volver a encontrar a sus amigos en Troas, donde pasaron siete días (Hch. 20:6). Allí había una iglesia. Lucas refiere los acontecimientos que tuvieron lugar inmediatamente antes de la partida del apóstol (Hch. 20:7-12). Pablo fue de Troas a Asón por tierra, lo que era una distancia de unos 32 Km. En Asón se encontró con sus compañeros de viaje, que lo habían precedido por vía marítima (Hch. 20:13). 

    Su nave llegó a continuación a Mitilene, en la costa oriental de la isla de Lesbos, pasando luego hacia el sur entre la isla de Quios y la costa de Asia Menor, tocó al día siguiente la isla de Samos, y llegó a Mileto al cabo de otros días (Hch. 20:14, 15). Ciertos mss. indican que el grupo hizo «escala en Trogilio» después de haber salido de Samos. Mileto estaba a 58 Km. al suroeste de Éfeso. 

    Pablo, que se apresuraba a ir a Jerusalén, no había querido ir a Éfeso, pero envió a buscar a los ancianos de aquella iglesia. Acudieron ellos a Mileto, donde el apóstol les dirigió sus últimas exhortaciones, que nos revelan la profundidad de su consagración, de su amor hacia los convertidos, y de su conocimiento profético (Hch. 20:18- 35). Abandonando Mileto, la nave se dirigió hacia la isla de Cos (Hch. 21:1), a 64 Km. al sur. Al día siguiente llegó a Rodas, capital de la isla de este nombre, a unos 80 Km. al sureste de Cos. De Rodas la nave tocó Patara, sobre la costa de Licia (Hch. 21:1), donde el grupo misionero efectuó un cambio de naves, emprendiendo viaje hacia Fenicia (Siria) (Hch. 21:2). Pasaron a la vista de Chipre, que dejaron a mano izquierda, y arribaron a Tiro (Hch. 21:3). 

    El apóstol y sus amigos se quedaron allí por siete días; los cristianos de Tiro suplicaron a Pablo en vano que no fuera a Jerusalén (Hch. 21:4). Después de haber orado con ellos (Hch. 21:5, 6), el apóstol y sus compañeros subieron a una nave que iba a Ptolemais (la actual Akko, San Juan Acre en tiempos de los cruzados). Se quedaron allí un día con los hermanos en esta localidad, y después llegaron a Cesarea por la carretera (Hch. 21:7, 8). Se quedaron en casa de Felipe el evangelista. 

    Agabo, el profeta que había predicho una época de hambre durante la primera estancia del apóstol Pablo en Antioquía de Siria (Hch. 11:28), se ató los pies y las manos, y anunció que los judíos atarían de aquella manera a Pablo y lo entregarían a los gentiles. 

    A pesar de estas advertencias y de las lágrimas de la comunidad, Pablo, y algunos de sus discípulos, subieron a Jerusalén (Hch. 21:11-14). Así acabó el tercer viaje misionero.

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