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  • Inspiración

    (a) SENTIDO RELIGIOSO. La inspiración, en el sentido religioso de la palabra, denota un hecho de orden psicológico: la toma de posesión, más o menos completa, del alma humana por parte del Espíritu de Dios. 

    En el fenómeno de la inspiración, Dios introduce su Espíritu en el espíritu del hombre. Para designar este acto, tanto Pablo como los escritores del NT en general emplean indistintamente los términos «apocalipsis» o «pneuma» (revelación o soplo, 1 Co. 2:10; Gá. 1:11-12; 2 Ts. 2:2). «La inspiración es un soplo que hinche las velas del ser moral», escribía F. Godet («Revue Chrétienne», 1 abr. 1982, p. 255, «Révélation»). 

    1 Corintios 2:10 

    10 Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.

    Gálatas 1:11-12 

    El ministerio de Pablo

    11 Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre;

    12 pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.

    2 Tesalonicenses 2:2

    2 que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca.

    Es el soplo divino que ejerce su acción, en grados variables, sobre la personalidad humana. Se resuelve en un estado, el estado del hombre en el que Dios da de una manera particular la luz de su Espíritu («spiritus», «pneuma»). 

    La inspiración hace del hombre natural («psuchikos», psíquico), incapaz de discernir las cosas de Dios, un hombre espiritual («Pneumatikos», neumático), que recibe su revelación con la capacidad de transmitirla en «palabras (gr. «logoi») ... que enseña el Espíritu» (1 Co. 2:13- 16). 

    1 Corintios 2:13-16

    13 lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.

    14 Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.

    15 En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie.

    16 Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.

    Esta intervención divina puede aparecer como una especie de contemplación o de éxtasis; sin embargo, y de una manera general, la inspiración, que sitúa al hombre en una atmósfera propicia a la receptividad de lo divino, es esencialmente «creadora» o, más exactamente, «reveladora». 

    Toda revelación, en el sentido bíblico de la palabra, nos aparece como el producto más o menos directo de la inspiración. Dios pone su Espíritu en el hombre para instruirlo en alguna verdad que ignora, para comunicarle esta verdad. No puede haber ninguna confusión entre revelación e inspiración: ésta es el medio, en tanto que la revelación es el objetivo. 

    La revelación implica, presupone la inspiración, gracias a la que aquélla se da. Toda revelación es una comunicación que Dios da al hombre. Por la inspiración, es decir, por la acción de su Espíritu sobre el espíritu del hombre, Dios da a este último la capacidad de recibir e interpretar esta comunicación. 

    Esto es lo que quiere decir Pablo cuando habla del conocimiento de las cosas de Dios y de la recepción de las cosas del Espíritu de Dios, hecho todo ello posible por el Espíritu de Dios (1 Co. 2:9-16). 

    1 Corintios 2:9-16

    9 Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman.

    10 Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.

    11 Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.

    12 Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido,

    13 lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.

    14 Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.

    15 En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie.

    16 Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.

    No tenemos que analizar aquí el proceso psicológico que va desde el acto revelador de Dios a la asimilación de la revelación. Será suficiente señalar que, en base a las Escrituras, la inspiración divina es el instrumento de dos géneros de revelaciones: 

    (A) Revelaciones particulares, que interesan sobre todo a un medio, a una época, a un colectivo (por ej., la orden del Señor a Jacob de que no tomara mujeres cananeas, sino que fuera a Mesopotamia, Gn. 28:1; visión del centurión Cornelio, Hch. 10). 

    Génesis 28:1

    1 Entonces Isaac llamó a Jacob, y lo bendijo, y le mandó diciendo: No tomes mujer de las hijas de Canaán.

    Hechos 10

    Pedro y Cornelio

    1 Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía llamada la Italiana,

    2 piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre.

    3 Este vio claramente en una visión, como a la hora novena del día, que un ángel de Dios entraba donde él estaba, y le decía: Cornelio.

    4 El, mirándole fijamente, y atemorizado, dijo: ¿Qué es, Señor? Y le dijo: Tus oraciones y tus limosnas han subido para memoria delante de Dios.

    5 Envía, pues, ahora hombres a Jope, y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro.

    6 Este posa en casa de cierto Simón curtidor, que tiene su casa junto al mar; él te dirá lo que es necesario que hagas.

    7 Ido el ángel que hablaba con Cornelio, éste llamó a dos de sus criados, y a un devoto soldado de los que le asistían;

    8 a los cuales envió a Jope, después de haberles contado todo.

    9 Al día siguiente, mientras ellos iban por el camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea para orar, cerca de la hora sexta.

    10 Y tuvo gran hambre, y quiso comer; pero mientras le preparaban algo, le sobrevino un éxtasis;

    11 y vio el cielo abierto, y que descendía algo semejante a un gran lienzo, que atado de las cuatro puntas era bajado a la tierra;

    12 en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del cielo.

    13 Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come.

    14 Entonces Pedro dijo: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás.

    15 Volvió la voz a él la segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común.

    16 Esto se hizo tres veces; y aquel lienzo volvió a ser recogido en el cielo.

    17 Y mientras Pedro estaba perplejo dentro de sí sobre lo que significaría la visión que había visto, he aquí los hombres que habían sido enviados por Cornelio, los cuales, preguntando por la casa de Simón, llegaron a la puerta.

    18 Y llamando, preguntaron si moraba allí un Simón que tenía por sobrenombre Pedro.

    19 Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te buscan.

    20 Levántate, pues, y desciende y no dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado.

    21 Entonces Pedro, descendiendo a donde estaban los hombres que fueron enviados por Cornelio, les dijo: He aquí, yo soy el que buscáis; ¿cuál es la causa por la que habéis venido?

    22 Ellos dijeron: Cornelio el centurión, varón justo y temeroso de Dios, y que tiene buen testimonio en toda la nación de los judíos, ha recibido instrucciones de un santo ángel, de hacerte venir a su casa para oír tus palabras.

    23 Entonces, haciéndoles entrar, los hospedó. Y al día siguiente, levantándose, se fue con ellos; y le acompañaron algunos de los hermanos de Jope.

    24 Al otro día entraron en Cesarea. Y Cornelio los estaba esperando, habiendo convocado a sus parientes y amigos más íntimos.

    25 Cuando Pedro entró, salió Cornelio a recibirle, y postrándose a sus pies, adoró.

    26 Mas Pedro le levantó, diciendo: Levántate, pues yo mismo también soy hombre.

    27 Y hablando con él, entró, y halló a muchos que se habían reunido.

    28 Y les dijo: Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo;

    29 por lo cual, al ser llamado, vine sin replicar. Así que pregunto: ¿Por qué causa me habéis hecho venir?

    30 Entonces Cornelio dijo: hace cuatro días que a esta hora yo estaba en ayunas; y a la hora novena, mientras oraba en mi casa, vi que se puso delante de mí un varón con vestido resplandeciente,

    31 y dijo: Cornelio, tu oración ha sido oída, y tus limosnas han sido recordadas delante de Dios.

    32 Envía, pues, a Jope, y haz venir a Simón el que tiene por sobrenombre Pedro, el cual mora en casa de Simón, un curtidor, junto al mar; y cuando llegue, él te hablará.

    33 Así que luego envié por ti; y tú has hecho bien en venir. Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado.

    34 Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas,

    35 sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia.

    36 Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos.

    37 Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan:

    38 cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

    39 Y nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén; a quien mataron colgándole en un madero.

    40 A éste levantó Dios al tercer día, e hizo que se manifestase;

    41 no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos.

    42 Y nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos.

    43 De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre.

    44 Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso.

    45 Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo.

    46 Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios.

    47 Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros?

    48 Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús. Entonces le rogaron que se quedase por algunos días.

    Estas revelaciones pueden aplicarse, por los principios que enseñan, mucho más allá de su objeto primario, pero interesaban en principio al individuo o medio inmediato de aquellos que las recibían, 

    (B) Revelaciones presentando un carácter universal, que interesan a la humanidad entera. Su objeto, como en toda revelación particular, sigue siendo Dios, su voluntad, su plan de salvación, su gracia. Sin embargo, en lugar de ser de aplicación primaria a un solo individuo o a una colectividad limitada o a una época particular, estas comunicaciones se aplican a todos los hombres. 

    Se imponen como una expresión definitiva, normativa absoluta de la voluntad de Dios. Se trata entonces de lo que se llama la Revelación, o Revelación general. Así, cuando el Señor se apareció a Moisés en la zarza ardiendo, se trata de la Revelación, en lo que ella conlleva de más intangible y más universal. 

    La Revelación de Horeb aporta a Israel, y por Israel al mundo entero y a todas las edades, el sentido real y profundo del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. En YHWH se define, en su esencia y significado eterno, no sólo el Dios del Decálogo y de todo el Antiguo Testamento, sino también el Dios de Jesucristo, que es Espíritu y Vida. (Véase DIOS, nombres de.) 

    La cumbre de la Revelación es la persona de Cristo. Y Jesucristo es también el instrumento por excelencia de la Revelación; y, en tanto que manifestación histórica y universal de Dios, puede ser llamado «La Revelación» en su expresión soberana. Esta Revelación es a la vez el hecho constituido por el milagro de la encarnación, y el fruto de la inspiración cuando se contempla a la luz de las predicaciones proféticas. 

    En lo que a nosotros concierne como creyentes, la inspiración siempre tiene que ver en la lectura e interpretación de la Revelación, es decir, de la Palabra de Dios. Por la iluminación de su Espíritu, Dios no da nuevas revelaciones, sino que nos revela el significado y el poder de la palabra para nuestra vida y testimonio. Gracias a la iluminación, la Palabra de Dios se nos hace inteligible y directamente personal: «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios» (Ro. 8:16). 

    Romanos 8:16

    16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.

    Para el creyente ante las Escrituras, la inspiración se traduce en el testimonio interior del Espíritu Santo. 

    (b) Inspiración de las Escrituras. Siguiendo a Pablo (2 Ti. 3:16) el término de inspiración de las Escrituras designa un acto estrictamente divino («theopnéustico»), el acto del Espíritu de Dios mediante el cual tanto la Revelación general como las revelaciones especiales de Dios, han quedado registradas en el texto escrito de la Biblia. 

    2 Timoteo 3:16

    16 Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia,

    Designa, de una manera aun más particular, el acto mediante el cual este texto ha llegado a ser en su letra, en toda su letra («pasa graphe»), el vehículo material de un mensaje sobrenatural, del mensaje de Dios. Así, se trata de una operación divina en la que la Escritura, en todas sus partes, ha sido dada a los hombres por medio de los redactores sagrados, como expresión única e infalible de la verdad y voluntad de Dios. 

    Éste es el sentido de la inspiración de las Escrituras. 

    (c) Naturaleza de la inspiración. La antigua noción de una inspiración literal, considerándola como un mero «dictado», que hacía de los redactores sagrados unos meros transmisores mecánicos de un mensaje «caído del cielo», con «sus letras, puntos y signos ortográficos», reducía a la nada la individualidad de los redactores, y no se ajusta a la realidad de las Escrituras, las cuales no justifican una tal concepción literalista (= inspiración de las letras). 

    Aquí se debe hacer una breve mención de la historia de la transmisión del texto de la Biblia. Por lo que respecta al NT, aunque no poseemos ninguno de los escritos originales y muy poco de las copias de los primeros siglos (debido a la gran destrucción de copias del NT durante la persecución de Diocleciano, 303 d.C.), se tiene que señalar que este hecho no afecta para nada a la doctrina «theopnéustica», por el celo desplegado por hombres como Orígenes (siglo II) para restablecer el texto en su integridad; la considerable cantidad de mss. del NT (más de 6.000) permite útiles exámenes comparativos; el número extremadamente reducido de variantes, además de otros factores, permite afirmar que el Espíritu de Dios ha velado de una manera maravillosa para preservar la integridad del texto apostólico. 

    El lector del NT puede estar seguro, con las recensiones griegas tradicionales, que posee el texto sagrado de tal manera que, a los efectos prácticos, no difiere prácticamente en nada del texto primitivo En cuanto al texto del AT veamos a continuación de una manera muy resumida la historia de la transmisión de su texto. Después de volver del exilio (siglo V a.C.) la generalidad de los hebreos ya no comprendían, o comprendían muy poco, la lengua bíblica original, esto es, el antiguo hebreo. Hablaban el arameo, lengua de Babilonia (también llamada caldeo), que tenía otro alfabeto. 

    Es entonces que, respondiendo sin duda a un llamamiento especial del Espíritu, los rabinos y los masoretas, aquellos hombres de la tradición que habían conservado el uso del viejo texto, lo transcribieron al alfabeto arameo. De él provienen los caracteres que constituyen el hebreo cuadrado de nuestras Biblias masoréticas. Lo transcribieron (no lo tradujeron). Esto es de una gran importancia. Es por ello que podemos hablar de un texto inspirado, por cuanto, si bien esto no se puede aplicar de una manera estricta a las traducciones (alejandrina, latina, así como las Versiones a las lenguas vivas), en cambio, por cuanto el texto de nuestras Biblias hebreas es una transcripción, que no una traducción, del texto inspirado, éste es, también, un texto inspirado. 

    Y lo es a la par que el antiguo original hebreo, por cuanto cada una de sus consonantes se corresponde a una consonante equivalente a la del original, y por cuanto, de esta manera, cada palabra del texto masorético se corresponde exactamente, por sus caracteres alfabéticos equivalentes y por el número de sus letras, a la palabra del original cuyo lugar toma. Además, los signos paratextuales de vocalización y de acentuación, con su respeto estricto del texto consonantal por su posición marginal, constituyen una garantía complementaria admirable de la integridad del texto. 

    Fijan de una manera exacta la pronunciación y la lectura tradicional de las palabras y frases. Es por estas razones que se puede afirmar que, a pesar de la desaparición del texto primitivo, poseemos en la práctica el texto original del AT. Esto ha quedado además confirmado por los descubrimientos del mar Muerto, con el hallazgo de manuscritos de gran antigüedad de Isaías y otros libros de la Biblia. Su cotejo con los manuscritos más antiguos que se poseían hasta ahora ha permitido confirmar que las variaciones textuales, en el proceso de copias, han sido prácticamente despreciables, a todos los efectos prácticos, para un lapso de 1.000 años (véanse MANUSCRITOS BÍBLICOS y QUMRÁN (MANUSCRITOS DEL). 

    La historia del texto del NT, y más claramente la del texto del AT, nos permite aportar al testimonio de las Escrituras, en cuanto a su inspiración, una base material sólida. Podemos afirmar que tenemos las palabras de los viejos textos perdidos. En base a esto, podemos hablar de una inspiración verbal. El concepto de inspiración verbal implica la inspiración de las palabras, y no de las meras ideas. Porque si las letras trazadas por Moisés, Isaías, Jeremías, etc., han desaparecido por el hecho anteriormente indicado de la transcripción, han quedado las palabras, y podemos leerlas en nuestras Biblias masoréticas. 

    Además, y a la vista de este hecho providencial de la transcripción, parecería inconcebible que Dios haya podido revelar e inspirar ideas sin inspirar al mismo tiempo las palabras que las expresan. La Biblia nos presenta el proceso de la inspiración de las Escrituras como el acto mediante el cual Dios pone palabras, términos, en la boca de los escritores sagrados. Así, la Biblia es la Palabra de Dios. Así, leemos, en el AT, lo que Dios dijo a Moisés: «Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca» (Dt. 18:18). 

    Deuteronomio 18:18

    18 Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare.

    También a Jeremías: «dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca» (Jer. 1:9). 

    Jeremías 1:9

    9 Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca.

    Estas palabras, estos términos que Jehová ponía en sus bocas, ¿no fueron acaso los que los autores sagrados hicieron también pasar por sus plumas en sus escritos? En el NT leemos lo que Pablo dice; su testimonio confirma todos los demás testimonios del NT. 

    Afirma él «que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo» (cfr. Gá. 1:11-12; 1 Co. 15:1-4). 

    Gálatas 1:11-12 

    El ministerio de Pablo

    11 Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre;

    12 pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.

    1 Corintios 15:1-4

    La resurrección de los muertos

    1 Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis;

    2 por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano.

    3 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras;

    4 y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;

    «Damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es verdad, la palabra de Dios» (1 Ts. 2:13). 

    1 Tesalonicenses 2:13

    13 Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes.

    «El que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo» (1 Ts. 4:8). 

    1 Tesalonicenses 4:8

    8 Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo.

    Así, está claro lo que la Biblia dice. No se trata de que Dios revelara sentimientos o ideas a los profetas o a los apóstoles. Se trata de mensajes (exactamente, de palabras o términos). Se trata verdaderamente de la Palabra de Dios, una palabra revelada, dada como tal por Dios, Padre o Hijo, por medio del Espíritu Santo. 

    La inspiración verbal se aplica a los dos Testamentos. No puede usarse alguna cita en el NT, donde parece que se hace una atribución errónea de autor (p. ej., en Mt. 27:9 se atribuye a Jeremías una profecía que se halla en Zac. 11:13), para objetar a esta afirmación. 

    Mateo 27:9

    9 Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Y tomaron las treinta piezas de plata, precio del apreciado, según precio puesto por los hijos de Israel;

    Zacarías 11:13

    13 Y me dijo Jehová: Echalo al tesoro; ¡hermoso precio con que me han apreciado! Y tomé las treinta piezas de plata, y las eché en la casa de Jehová al tesoro.

    Estamos muy lejos de poder afirmar que estas citas sean verdaderamente erróneas. (Por lo que respecta a este ejemplo de Mt. 27:9, bien hubiera podido Jeremías haber pronunciado la profecía, que hubiera sido posteriormente reproducida por Zacarías. 

    Mateo 27:9

    9 Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Y tomaron las treinta piezas de plata, precio del apreciado, según precio puesto por los hijos de Israel;

    Zacarías fue posterior a Jeremías. Y hay muchos ejemplos en los que los profetas citan a sus antecesores. Por otra parte, hay también la costumbre de que las divisiones principales de las Escrituras recibían el nombre del libro principal que las encabezaba. Jeremías se usaba muchas veces para denotar a todos los profetas. De una u otra manera, no hay base alguna para pretender que aquí tenemos error alguno.) «La admisión del principio de la inspiración verbal implica su admisión para todos los escritos del AT y NT. 

    Porque, de la misma manera que cuando se admite el milagro se admite lo sobrenatural, y por ello la posibilidad de todos los milagros, de la misma manera al admitirse la inspiración verbal de los profetas se admite el principio y, por consecuencia, la posibilidad de la inspiración verbal de toda la Biblia» (J. Cadier: «Le Prophétisme du Réveil», PP. 63-66). 

    (d) La personalidad de los escritores sagrados. La noción de «inspiración al dictado» suprime la individualidad de los escritores sagrados, al hacer de estos últimos órganos pasivos y mecánicos. La concepción de la inspiración verbal respeta el hecho indiscutible de la personalidad de los escritores sagrados, que salta a la vista en la lectura de la Biblia. 

    Es un hecho evidente que aparece un estilo de Isaías, un estilo de Amós, etc. Cada libro de la Palabra de Dios presenta la impronta de la personalidad de quien lo redactó bajo la dirección del Espíritu. En el Éxodo es donde leemos con frecuencia términos que destacan la iniciativa de Dios en el mensaje de Moisés: «Habló Jehová a Moisés»; «Jehová habló a Moisés». 

    Y es en este mismo libro que se nota, quizá más intensamente que en cualquier otra sección del Pentateuco, la personalidad del gran profeta (cfr. Éx. 3 y 4). 

    Éxodo 3

    Llamamiento de Moisés

    1 Apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios.

    2 Y se le apareció el Angel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía.

    3 Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema.

    4 Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí.

    5 Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.

    6 Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.

    7 Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias,

    8 y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo.

    9 El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen.

    10 Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel.

    11 Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?

    12 Y él respondió: Ve, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte.

    13 Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?

    14 Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros.

    15 Además dijo Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos.

    16 Ve, y reúne a los ancianos de Israel, y diles: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me apareció diciendo: En verdad os he visitado, y he visto lo que se os hace en Egipto;

    17 y he dicho: Yo os sacaré de la aflicción de Egipto a la tierra del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo, a una tierra que fluye leche y miel.

    18 Y oirán tu voz; e irás tú, y los ancianos de Israel, al rey de Egipto, y le diréis: Jehová el Dios de los hebreos nos ha encontrado; por tanto, nosotros iremos ahora camino de tres días por el desierto, para que ofrezcamos sacrificios a Jehová nuestro Dios.

    19 Mas yo sé que el rey de Egipto no os dejará ir sino por mano fuerte.

    20 Pero yo extenderé mi mano, y heriré a Egipto con todas mis maravillas que haré en él, y entonces os dejará ir.

    21 Y yo daré a este pueblo gracia en los ojos de los egipcios, para que cuando salgáis, no vayáis con las manos vacías;

    22 sino que pedirá cada mujer a su vecina y a su huéspeda alhajas de plata, alhajas de oro, y vestidos, los cuales pondréis sobre vuestros hijos y vuestras hijas; y despojaréis a Egipto.

    Éxodo 4

    1 Entonces Moisés respondió diciendo: He aquí que ellos no me creerán, ni oirán mi voz; porque dirán: No te ha aparecido Jehová.

    2 Y Jehová dijo: ¿Qué es eso que tienes en tu mano? Y él respondió: Una vara.

    3 El le dijo: Echala en tierra. Y él la echó en tierra, y se hizo una culebra; y Moisés huía de ella.

    4 Entonces dijo Jehová a Moisés: Extiende tu mano, y tómala por la cola. Y él extendió su mano, y la tomó, y se volvió vara en su mano.

    5 Por esto creerán que se te ha aparecido Jehová, el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob.

    6 Le dijo además Jehová: Mete ahora tu mano en tu seno. Y él metió la mano en su seno; y cuando la sacó, he aquí que su mano estaba leprosa como la nieve.

    7 Y dijo: Vuelve a meter tu mano en tu seno. Y él volvió a meter su mano en su seno; y al sacarla de nuevo del seno, he aquí que se había vuelto como la otra carne.

    8 Si aconteciere que no te creyeren ni obedecieren a la voz de la primera señal, creerán a la voz de la postrera.

    9 Y si aún no creyeren a estas dos señales, ni oyeren tu voz, tomarás de las aguas del río y las derramarás en tierra; y se cambiarán aquellas aguas que tomarás del río y se harán sangre en la tierra.

    10 Entonces dijo Moisés a Jehová: ¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua.

    11 Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová?

    12 Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar.

    13 Y él dijo: ¡Ay, Señor! envía, te ruego, por medio del que debes enviar.

    14 Entonces Jehová se enojó contra Moisés, y dijo: ¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien? Y he aquí que él saldrá a recibirte, y al verte se alegrará en su corazón.

    15 Tú hablarás a él, y pondrás en su boca las palabras, y yo estaré con tu boca y con la suya, y os enseñaré lo que hayáis de hacer.

    16 Y él hablará por ti al pueblo; él te será a ti en lugar de boca, y tú serás para él en lugar de Dios.

    17 Y tomarás en tu mano esta vara, con la cual harás las señales.

    Moisés vuelve a Egipto

    18 Así se fue Moisés, y volviendo a su suegro Jetro, le dijo: Iré ahora, y volveré a mis hermanos que están en Egipto, para ver si aún viven. Y Jetro dijo a Moisés: Ve en paz.

    19 Dijo también Jehová a Moisés en Madián: Ve y vuélvete a Egipto, porque han muerto todos los que procuraban tu muerte.

    20 Entonces Moisés tomó su mujer y sus hijos, y los puso sobre un asno, y volvió a tierra de Egipto. Tomó también Moisés la vara de Dios en su mano.

    21 Y dijo Jehová a Moisés: Cuando hayas vuelto a Egipto, mira que hagas delante de Faraón todas las maravillas que he puesto en tu mano; pero yo endureceré su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo.

    22 Y dirás a Faraón: Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito.

    23 Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva, mas no has querido dejarlo ir; he aquí yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito.

    24 Y aconteció en el camino, que en una posada Jehová le salió al encuentro, y quiso matarlo.

    25 Entonces Séfora tomó un pedernal afilado y cortó el prepucio de su hijo, y lo echó a sus pies, diciendo: A la verdad tú me eres un esposo de sangre.

    26 Así le dejó luego ir. Y ella dijo: Esposo de sangre, a causa de la circuncisión.

    27 Y Jehová dijo a Aarón: Ve a recibir a Moisés al desierto. Y él fue, y lo encontró en el monte de Dios, y le besó.

    28 Entonces contó Moisés a Aarón todas las palabras de Jehová que le enviaba, y todas las señales que le había dado.

    29 Y fueron Moisés y Aarón, y reunieron a todos los ancianos de los hijos de Israel.

    30 Y habló Aarón acerca de todas las cosas que Jehová había dicho a Moisés, e hizo las señales delante de los ojos del pueblo.

    31 Y el pueblo creyó; y oyendo que Jehová había visitado a los hijos de Israel, y que había visto su aflicción, se inclinaron y adoraron.

    El Señor hizo de Jeremías, por así decirlo, su instrumento, su hombre, hasta tal punto que el profeta podía escribir: «Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido» (Jer. 20:7). 

    Jeremías 20:7

    7 Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí.

    Y por ello este hombre subyugado por el Señor no deja de revelarnos sus horas de crisis, de desaliento o de angustia. «Maldito el día en que nací» (Jer. 20:14). 

    Jeremías 20:14

    14 Maldito el día en que nací; el día en que mi madre me dio a luz no sea bendito.

    Y llegará a exclamar, en medio de sus sufrimientos (y Dios no se lo impide ni le prohibe que lo registre por escrito): «no me acordaré más de Él, ni hablaré más en su nombre» (Jer. 20:9). 

    Jeremías 20:9

    9 Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude.

    Sí, los hombres de Dios permanecieron siendo hombres, y es un milagro de Dios que los subyugó sin haberlos suprimido, a fin de permitirles que nos entregaran, con sus luchas humanas, el secreto de las victorias del Espíritu. Tenemos numerosos ejemplos, en el NT, de las reacciones de los discípulos y de los apóstoles, tanto antes como después de su conversión. Recordemos al apóstol Pedro, y también al apóstol Pablo (Ro. 7). 

    Romanos 7

    Analogía tomada del matrimonio

    1 ¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive?

    2 Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido.

    3 Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será adúltera.

    4 Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios.

    5 Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte.

    6 Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.

    El pecado que mora en mí

    7 ¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás.

    8 Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto.

    9 Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí.

    10 Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte;

    11 porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató.

    12 De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno.

    13 ¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso.

    14 Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado.

    15 Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.

    16 Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena.

    17 De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.

    18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.

    19 Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.

    20 Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.

    21 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.

    22 Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;

    23 pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.

    24 ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?

    25 Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

    Las cartas de Pablo nos revelan con una gran claridad, mayor quizá que cualquiera de los otros libros del NT, la personalidad de los escritores sagrados. Nos muestran que los autores conservan, en palabras de P. F. Jalaguier: «bajo la intervención divina, toda su capacidad intelectual y moral... sometidos, como nosotros, al deber de la vigilancia y de la oración... » Afirman anunciar aquello que han visto y conocido; distinguen, en ciertos casos, entre su opinión personal y las prescripciones obligatorias del Espíritu; en ocasiones se hallan en duda (1 Co. 1:16; 2 Co. 12:2-3); disputan, argumentan, apelan a su buena fe (Éx. 3 y 4; Ro. 9:1; 2 Co. 1:18, 23; Gá. 1:20), y apelan a la conciencia e inteligencia de sus oyentes. 

    1 Corintios 1:16 

    16 También bauticé a la familia de Estéfanas; de los demás, no sé si he bautizado a algún otro.

    2 Corintios 12:2-3

    2 Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo.

    3 Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe),

    Romanos 9:1 

    1 Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo,

    2 Corintios 1:18, 23 

    18 Mas, como Dios es fiel, nuestra palabra a vosotros no es Sí y No.

    23 Mas yo invoco a Dios por testigo sobre mi alma, que por ser indulgente con vosotros no he pasado todavía a Corinto.

    Gálatas 1:20

    20 En esto que os escribo, he aquí delante de Dios que no miento.

    La inspiración verbal es un milagro, el milagro de una «encarnación espiritual», a decir de Adolphe Monod. Para dar cuenta en pocas palabras de la realidad de la inspiración divina y del elemento humano en la inspiración, se puede decir que para comunicar al hombre su Palabra, y para hacerlo, en las palabras que, en las lenguas humanas, tenían que expresarlos de la manera más adecuada, Dios eligió a unos hombres concretos. 

    Los eligió dotándolos de las aptitudes, dones, reacciones y otras características personales, para prepararlos de una manera especial para que fueran, con sus personalidades integrales, los canales más adecuados para lo que en cada momento de la historia Dios quisiera revelar a los hombres, para encarnar por medio de ellos su Palabra. No pidió a estos hombres que aportaran sus propias palabras. Él les dio sus propias palabras. 

    Pero para dar a su palabra, en el corazón de los hombres, todo el eco que Él deseaba dar, tuvo a bien utilizar, al mismo tiempo que los temperamentos y talentos diversos de aquellos hombres especialmente pensados para esta misión, el mismo vocabulario de aquellos que tomaba como sus portavoces. Es así que para dar su multiforme revelación, con sus énfasis diversos, pero con un mismo propósito central, el lenguaje de Juan no es el de Pablo, el de Isaías no es el de Ezequiel. 

    Tenemos aquí a Dios llamando al profeta, al apóstol, desde el vientre de su madre, desde la misma eternidad (cfr. Jer. 1:5; Lc. 1:5-17; Hch. 9:15, etc.). 

    Jeremías 1:5 

    5 Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones.

    Lucas 1:5-17 

    Anuncio del nacimiento de Juan

    5 Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet.

    6 Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor.

    7 Pero no tenían hijo, porque Elisabet era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada.

    8 Aconteció que ejerciendo Zacarías el sacerdocio delante de Dios según el orden de su clase,

    9 conforme a la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor.

    10 Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora del incienso.

    11 Y se le apareció un ángel del Señor puesto en pie a la derecha del altar del incienso.

    12 Y se turbó Zacarías al verle, y le sobrecogió temor.

    13 Pero el ángel le dijo: Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan.

    14 Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento;

    15 porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre.

    16 Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos.

    17 E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.

    Hechos 9:15

    15 El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel;

    Así, el fenómeno de la inspiración no toca solamente la emisión del mensaje de parte de Dios, sino la misma creación del escritor sagrado, con su personalidad integral, para ser quien transmitiera la palabra de Dios a su generación y a la audiencia universal más allá del tiempo y del espacio. En resumen, al hablar de inspiración verbal, se destaca que el Autor supremo de las Escrituras, de toda la Escritura, es el Verbo («logos», «verbum»), es decir, Dios. 

    «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.» Al hablar de inspiración verbal se implica también el modo de percepción de la inspiración bíblica. La inspiración está caracterizada por un mensaje comprendido, recibido por el escritor sagrado en su espíritu. 

    Al recibir así el mensaje divino, el profeta percibía los términos más apropiados a la expresión oral o escrita de este mensaje. Es así que el Señor podía decir a Jeremías: «He aquí, he puesto mis palabras en tu boca» (Jer. 1:9). 

    Jeremías 1:9

    9 Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca.

    Así, hablar de inspiración verbal es afirmar una vez más que Dios, el Verbo Supremo, ha inspirado a los autores bíblicos incluso en las palabras que nos transmitieron. Dios usó los dones que Él dio a los instrumentos humanos que Él eligió, para dar a su Palabra las diversas tonalidades que estimaba necesario darle. 

    Pero es Él, Dios, quien habla por medio de estos instrumentos, y precisamente a través de su diversidad. «Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 P. 1:21). 

    2 Pedro 1:21

    21 porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.

    El concepto de inspiración verbal lleva además la inspiración no solamente a los hombres que fueron los instrumentos momentáneos, sino a los escritos que iban a constituir el registro y vehículo permanente de la Revelación. 

    (e) El testimonio interno del Espíritu Santo. Queda por considerar brevemente el agente de la percepción y asimilación de la Biblia, Palabra de Dios, es decir, la actuación indispensable del Espíritu Santo, como Aquel que da la clave de las Escrituras al creyente. La Biblia es la Palabra de Dios, pero, ¿cómo puede esta realidad objetiva producir una experiencia subjetiva? ¿Cómo puede la Biblia llegar a ser para nosotros Palabra viva y eficaz? Por la acción del Espíritu Santo en nosotros. 

    Siendo como es obra del Espíritu, la Escritura no puede ser leída, ni llegar a ser comprensible ni activa en nuestra salvación más que por la interpretación dada por el Espíritu Santo, esto es, por la interpretación del Señor en nosotros. A esto se refería el apóstol Pablo al escribir a los corintios: «Porque hasta el día de hoy, cuando (los judíos) leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado» (2 Co. 3:14). 

    2 Corintios 3:14

    14 Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado.

    El Espíritu Santo, el Espíritu del Padre y de Cristo, que El prometió enviar a sus discípulos para que los guiara «a toda la verdad» (Jn. 16:13), el Espíritu Santo, el autor de la Biblia, es el único que está calificado para dar su sentido, y para quitar el velo que oscurece y cierra los ojos y el corazón del hombre natural. 

    Juan 16:13

    13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.

    El hombre inconverso, que se pone ante la Biblia con su mentalidad griega, su razón, su sentimiento, está decidido a no asumir que la Biblia es la Palabra de Dios, es decir, la palabra que Dios ha escrito para él en la Biblia, la palabra que se dirige a él de una manera personal, la palabra escrita para su propia regeneración, su santificación y su llamamiento para ser hijo de Dios. 

    El Espíritu Santo, en su obra en el corazón humano, no solamente da testimonio al creyente de que es hijo de Dios (Ro. 8:16), sino que también abre los sellos que hasta entonces le impedían el acceso a la Palabra de Dios. 

    Romanos 8:16

    16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.

    Él mismo es la clave de esta Palabra. «Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. 

    Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Co. 2:9-11). 

    1 Corintios 2:9-11

    9 Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman.

    10 Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.

    11 Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.

    Calvino, a quien le fue dado formular la doctrina del testimonio interno del Espíritu Santo, resume así su pensamiento («Institución de la Religión Cristiana I». 7): «La autoridad de las Escrituras es sellada, confirmada en el corazón de los fieles por el testimonio interior del Espíritu Santo... 

    El mismo Espíritu que ha escrito la Biblia habla al fiel y le ilumina las páginas de la Biblia.» La posesión del Espíritu Santo, que regenera, santifica, consuela y conduce a toda la verdad; que es la expresión actual y permanente de la presencia del Señor; que Dios ha dado a todo el que cree en Jesús el Señor y lo recibe por la fe (Jn. 7:39; Gá. 3:13-14), ésta es la condición esencial y necesaria para la apropiación personal y vivificante de la Biblia, la Palabra de Dios. 

    Juan 7:39 

    39 Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.

    Gálatas 3:13-14

    13 Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero),

    14 para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.

    Y la certidumbre que el Espíritu nos ha dado queda confirmada por el gozo que se desprende de la posesión de la vida divina, y por la armonía perfecta entre la Biblia (el testimonio objetivo del Espíritu) y el testimonio interno del mismo Espíritu. 

    Porque el Espíritu no está dividido: El Espíritu que ilumina al creyente no puede hacer otra cosa que decir amén a lo que él mismo ha dado en la Biblia. 

    Bibliografía: 

    Berkhof, L.: «Principios de interpretación bíblica» (Clie, Terrassa, 1973); Calvino, J.: «Institución de la religión cristiana» (trad. Cipriano de Valera; 

    Felire, Rijswijk, Holanda, 1968); Chafer, L. S.: «Teología Sistemática», «Bibliología», Tomo 1, PP. 49-128 (Publicaciones Españolas, Dalton, Georgia, 1974); Darby, J. N.: «Apologetic», n. 1, vol. 6 de «The Collected Writings of J. N. Darby» (Stow Hill, Kingston-on- Thames, reimp. 1964); Geisler, N. L., ed.: «Inerrancy» (Zondervan, Grand Rapids, 1980); 

    Kelly, W.: «Inspiration of Scripture» (C. E. Hammond, Londres, 1903, reimp. 1966); Ramm, B.: «La revelación especial y la Palabra de Dios» (La Aurora, Buenos Aires, 1967).

    VÉASE: Dios (nombres) , Manuscritos Bíblicos (AT) , Qumrán
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  • Inspiración

    (a) SENTIDO RELIGIOSO. La inspiración, en el sentido religioso de la palabra, denota un hecho de orden psicológico: la toma de posesión, más o menos completa, del alma humana por parte del Espíritu de Dios. 

    En el fenómeno de la inspiración, Dios introduce su Espíritu en el espíritu del hombre. Para designar este acto, tanto Pablo como los escritores del NT en general emplean indistintamente los términos «apocalipsis» o «pneuma» (revelación o soplo, 1 Co. 2:10; Gá. 1:11-12; 2 Ts. 2:2). «La inspiración es un soplo que hinche las velas del ser moral», escribía F. Godet («Revue Chrétienne», 1 abr. 1982, p. 255, «Révélation»). 

    1 Corintios 2:10 

    10 Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.

    Gálatas 1:11-12 

    El ministerio de Pablo

    11 Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre;

    12 pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.

    2 Tesalonicenses 2:2

    2 que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca.

    Es el soplo divino que ejerce su acción, en grados variables, sobre la personalidad humana. Se resuelve en un estado, el estado del hombre en el que Dios da de una manera particular la luz de su Espíritu («spiritus», «pneuma»). 

    La inspiración hace del hombre natural («psuchikos», psíquico), incapaz de discernir las cosas de Dios, un hombre espiritual («Pneumatikos», neumático), que recibe su revelación con la capacidad de transmitirla en «palabras (gr. «logoi») ... que enseña el Espíritu» (1 Co. 2:13- 16). 

    1 Corintios 2:13-16

    13 lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.

    14 Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.

    15 En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie.

    16 Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.

    Esta intervención divina puede aparecer como una especie de contemplación o de éxtasis; sin embargo, y de una manera general, la inspiración, que sitúa al hombre en una atmósfera propicia a la receptividad de lo divino, es esencialmente «creadora» o, más exactamente, «reveladora». 

    Toda revelación, en el sentido bíblico de la palabra, nos aparece como el producto más o menos directo de la inspiración. Dios pone su Espíritu en el hombre para instruirlo en alguna verdad que ignora, para comunicarle esta verdad. No puede haber ninguna confusión entre revelación e inspiración: ésta es el medio, en tanto que la revelación es el objetivo. 

    La revelación implica, presupone la inspiración, gracias a la que aquélla se da. Toda revelación es una comunicación que Dios da al hombre. Por la inspiración, es decir, por la acción de su Espíritu sobre el espíritu del hombre, Dios da a este último la capacidad de recibir e interpretar esta comunicación. 

    Esto es lo que quiere decir Pablo cuando habla del conocimiento de las cosas de Dios y de la recepción de las cosas del Espíritu de Dios, hecho todo ello posible por el Espíritu de Dios (1 Co. 2:9-16). 

    1 Corintios 2:9-16

    9 Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman.

    10 Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.

    11 Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.

    12 Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido,

    13 lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.

    14 Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.

    15 En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie.

    16 Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo.

    No tenemos que analizar aquí el proceso psicológico que va desde el acto revelador de Dios a la asimilación de la revelación. Será suficiente señalar que, en base a las Escrituras, la inspiración divina es el instrumento de dos géneros de revelaciones: 

    (A) Revelaciones particulares, que interesan sobre todo a un medio, a una época, a un colectivo (por ej., la orden del Señor a Jacob de que no tomara mujeres cananeas, sino que fuera a Mesopotamia, Gn. 28:1; visión del centurión Cornelio, Hch. 10). 

    Génesis 28:1

    1 Entonces Isaac llamó a Jacob, y lo bendijo, y le mandó diciendo: No tomes mujer de las hijas de Canaán.

    Hechos 10

    Pedro y Cornelio

    1 Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía llamada la Italiana,

    2 piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre.

    3 Este vio claramente en una visión, como a la hora novena del día, que un ángel de Dios entraba donde él estaba, y le decía: Cornelio.

    4 El, mirándole fijamente, y atemorizado, dijo: ¿Qué es, Señor? Y le dijo: Tus oraciones y tus limosnas han subido para memoria delante de Dios.

    5 Envía, pues, ahora hombres a Jope, y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro.

    6 Este posa en casa de cierto Simón curtidor, que tiene su casa junto al mar; él te dirá lo que es necesario que hagas.

    7 Ido el ángel que hablaba con Cornelio, éste llamó a dos de sus criados, y a un devoto soldado de los que le asistían;

    8 a los cuales envió a Jope, después de haberles contado todo.

    9 Al día siguiente, mientras ellos iban por el camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea para orar, cerca de la hora sexta.

    10 Y tuvo gran hambre, y quiso comer; pero mientras le preparaban algo, le sobrevino un éxtasis;

    11 y vio el cielo abierto, y que descendía algo semejante a un gran lienzo, que atado de las cuatro puntas era bajado a la tierra;

    12 en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del cielo.

    13 Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come.

    14 Entonces Pedro dijo: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás.

    15 Volvió la voz a él la segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común.

    16 Esto se hizo tres veces; y aquel lienzo volvió a ser recogido en el cielo.

    17 Y mientras Pedro estaba perplejo dentro de sí sobre lo que significaría la visión que había visto, he aquí los hombres que habían sido enviados por Cornelio, los cuales, preguntando por la casa de Simón, llegaron a la puerta.

    18 Y llamando, preguntaron si moraba allí un Simón que tenía por sobrenombre Pedro.

    19 Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te buscan.

    20 Levántate, pues, y desciende y no dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado.

    21 Entonces Pedro, descendiendo a donde estaban los hombres que fueron enviados por Cornelio, les dijo: He aquí, yo soy el que buscáis; ¿cuál es la causa por la que habéis venido?

    22 Ellos dijeron: Cornelio el centurión, varón justo y temeroso de Dios, y que tiene buen testimonio en toda la nación de los judíos, ha recibido instrucciones de un santo ángel, de hacerte venir a su casa para oír tus palabras.

    23 Entonces, haciéndoles entrar, los hospedó. Y al día siguiente, levantándose, se fue con ellos; y le acompañaron algunos de los hermanos de Jope.

    24 Al otro día entraron en Cesarea. Y Cornelio los estaba esperando, habiendo convocado a sus parientes y amigos más íntimos.

    25 Cuando Pedro entró, salió Cornelio a recibirle, y postrándose a sus pies, adoró.

    26 Mas Pedro le levantó, diciendo: Levántate, pues yo mismo también soy hombre.

    27 Y hablando con él, entró, y halló a muchos que se habían reunido.

    28 Y les dijo: Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo;

    29 por lo cual, al ser llamado, vine sin replicar. Así que pregunto: ¿Por qué causa me habéis hecho venir?

    30 Entonces Cornelio dijo: hace cuatro días que a esta hora yo estaba en ayunas; y a la hora novena, mientras oraba en mi casa, vi que se puso delante de mí un varón con vestido resplandeciente,

    31 y dijo: Cornelio, tu oración ha sido oída, y tus limosnas han sido recordadas delante de Dios.

    32 Envía, pues, a Jope, y haz venir a Simón el que tiene por sobrenombre Pedro, el cual mora en casa de Simón, un curtidor, junto al mar; y cuando llegue, él te hablará.

    33 Así que luego envié por ti; y tú has hecho bien en venir. Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado.

    34 Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas,

    35 sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia.

    36 Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos.

    37 Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan:

    38 cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

    39 Y nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén; a quien mataron colgándole en un madero.

    40 A éste levantó Dios al tercer día, e hizo que se manifestase;

    41 no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos.

    42 Y nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos.

    43 De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre.

    44 Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso.

    45 Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo.

    46 Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios.

    47 Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo también como nosotros?

    48 Y mandó bautizarles en el nombre del Señor Jesús. Entonces le rogaron que se quedase por algunos días.

    Estas revelaciones pueden aplicarse, por los principios que enseñan, mucho más allá de su objeto primario, pero interesaban en principio al individuo o medio inmediato de aquellos que las recibían, 

    (B) Revelaciones presentando un carácter universal, que interesan a la humanidad entera. Su objeto, como en toda revelación particular, sigue siendo Dios, su voluntad, su plan de salvación, su gracia. Sin embargo, en lugar de ser de aplicación primaria a un solo individuo o a una colectividad limitada o a una época particular, estas comunicaciones se aplican a todos los hombres. 

    Se imponen como una expresión definitiva, normativa absoluta de la voluntad de Dios. Se trata entonces de lo que se llama la Revelación, o Revelación general. Así, cuando el Señor se apareció a Moisés en la zarza ardiendo, se trata de la Revelación, en lo que ella conlleva de más intangible y más universal. 

    La Revelación de Horeb aporta a Israel, y por Israel al mundo entero y a todas las edades, el sentido real y profundo del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. En YHWH se define, en su esencia y significado eterno, no sólo el Dios del Decálogo y de todo el Antiguo Testamento, sino también el Dios de Jesucristo, que es Espíritu y Vida. (Véase DIOS, nombres de.) 

    La cumbre de la Revelación es la persona de Cristo. Y Jesucristo es también el instrumento por excelencia de la Revelación; y, en tanto que manifestación histórica y universal de Dios, puede ser llamado «La Revelación» en su expresión soberana. Esta Revelación es a la vez el hecho constituido por el milagro de la encarnación, y el fruto de la inspiración cuando se contempla a la luz de las predicaciones proféticas. 

    En lo que a nosotros concierne como creyentes, la inspiración siempre tiene que ver en la lectura e interpretación de la Revelación, es decir, de la Palabra de Dios. Por la iluminación de su Espíritu, Dios no da nuevas revelaciones, sino que nos revela el significado y el poder de la palabra para nuestra vida y testimonio. Gracias a la iluminación, la Palabra de Dios se nos hace inteligible y directamente personal: «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios» (Ro. 8:16). 

    Romanos 8:16

    16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.

    Para el creyente ante las Escrituras, la inspiración se traduce en el testimonio interior del Espíritu Santo. 

    (b) Inspiración de las Escrituras. Siguiendo a Pablo (2 Ti. 3:16) el término de inspiración de las Escrituras designa un acto estrictamente divino («theopnéustico»), el acto del Espíritu de Dios mediante el cual tanto la Revelación general como las revelaciones especiales de Dios, han quedado registradas en el texto escrito de la Biblia. 

    2 Timoteo 3:16

    16 Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia,

    Designa, de una manera aun más particular, el acto mediante el cual este texto ha llegado a ser en su letra, en toda su letra («pasa graphe»), el vehículo material de un mensaje sobrenatural, del mensaje de Dios. Así, se trata de una operación divina en la que la Escritura, en todas sus partes, ha sido dada a los hombres por medio de los redactores sagrados, como expresión única e infalible de la verdad y voluntad de Dios. 

    Éste es el sentido de la inspiración de las Escrituras. 

    (c) Naturaleza de la inspiración. La antigua noción de una inspiración literal, considerándola como un mero «dictado», que hacía de los redactores sagrados unos meros transmisores mecánicos de un mensaje «caído del cielo», con «sus letras, puntos y signos ortográficos», reducía a la nada la individualidad de los redactores, y no se ajusta a la realidad de las Escrituras, las cuales no justifican una tal concepción literalista (= inspiración de las letras). 

    Aquí se debe hacer una breve mención de la historia de la transmisión del texto de la Biblia. Por lo que respecta al NT, aunque no poseemos ninguno de los escritos originales y muy poco de las copias de los primeros siglos (debido a la gran destrucción de copias del NT durante la persecución de Diocleciano, 303 d.C.), se tiene que señalar que este hecho no afecta para nada a la doctrina «theopnéustica», por el celo desplegado por hombres como Orígenes (siglo II) para restablecer el texto en su integridad; la considerable cantidad de mss. del NT (más de 6.000) permite útiles exámenes comparativos; el número extremadamente reducido de variantes, además de otros factores, permite afirmar que el Espíritu de Dios ha velado de una manera maravillosa para preservar la integridad del texto apostólico. 

    El lector del NT puede estar seguro, con las recensiones griegas tradicionales, que posee el texto sagrado de tal manera que, a los efectos prácticos, no difiere prácticamente en nada del texto primitivo En cuanto al texto del AT veamos a continuación de una manera muy resumida la historia de la transmisión de su texto. Después de volver del exilio (siglo V a.C.) la generalidad de los hebreos ya no comprendían, o comprendían muy poco, la lengua bíblica original, esto es, el antiguo hebreo. Hablaban el arameo, lengua de Babilonia (también llamada caldeo), que tenía otro alfabeto. 

    Es entonces que, respondiendo sin duda a un llamamiento especial del Espíritu, los rabinos y los masoretas, aquellos hombres de la tradición que habían conservado el uso del viejo texto, lo transcribieron al alfabeto arameo. De él provienen los caracteres que constituyen el hebreo cuadrado de nuestras Biblias masoréticas. Lo transcribieron (no lo tradujeron). Esto es de una gran importancia. Es por ello que podemos hablar de un texto inspirado, por cuanto, si bien esto no se puede aplicar de una manera estricta a las traducciones (alejandrina, latina, así como las Versiones a las lenguas vivas), en cambio, por cuanto el texto de nuestras Biblias hebreas es una transcripción, que no una traducción, del texto inspirado, éste es, también, un texto inspirado. 

    Y lo es a la par que el antiguo original hebreo, por cuanto cada una de sus consonantes se corresponde a una consonante equivalente a la del original, y por cuanto, de esta manera, cada palabra del texto masorético se corresponde exactamente, por sus caracteres alfabéticos equivalentes y por el número de sus letras, a la palabra del original cuyo lugar toma. Además, los signos paratextuales de vocalización y de acentuación, con su respeto estricto del texto consonantal por su posición marginal, constituyen una garantía complementaria admirable de la integridad del texto. 

    Fijan de una manera exacta la pronunciación y la lectura tradicional de las palabras y frases. Es por estas razones que se puede afirmar que, a pesar de la desaparición del texto primitivo, poseemos en la práctica el texto original del AT. Esto ha quedado además confirmado por los descubrimientos del mar Muerto, con el hallazgo de manuscritos de gran antigüedad de Isaías y otros libros de la Biblia. Su cotejo con los manuscritos más antiguos que se poseían hasta ahora ha permitido confirmar que las variaciones textuales, en el proceso de copias, han sido prácticamente despreciables, a todos los efectos prácticos, para un lapso de 1.000 años (véanse MANUSCRITOS BÍBLICOS y QUMRÁN (MANUSCRITOS DEL). 

    La historia del texto del NT, y más claramente la del texto del AT, nos permite aportar al testimonio de las Escrituras, en cuanto a su inspiración, una base material sólida. Podemos afirmar que tenemos las palabras de los viejos textos perdidos. En base a esto, podemos hablar de una inspiración verbal. El concepto de inspiración verbal implica la inspiración de las palabras, y no de las meras ideas. Porque si las letras trazadas por Moisés, Isaías, Jeremías, etc., han desaparecido por el hecho anteriormente indicado de la transcripción, han quedado las palabras, y podemos leerlas en nuestras Biblias masoréticas. 

    Además, y a la vista de este hecho providencial de la transcripción, parecería inconcebible que Dios haya podido revelar e inspirar ideas sin inspirar al mismo tiempo las palabras que las expresan. La Biblia nos presenta el proceso de la inspiración de las Escrituras como el acto mediante el cual Dios pone palabras, términos, en la boca de los escritores sagrados. Así, la Biblia es la Palabra de Dios. Así, leemos, en el AT, lo que Dios dijo a Moisés: «Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca» (Dt. 18:18). 

    Deuteronomio 18:18

    18 Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare.

    También a Jeremías: «dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca» (Jer. 1:9). 

    Jeremías 1:9

    9 Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca.

    Estas palabras, estos términos que Jehová ponía en sus bocas, ¿no fueron acaso los que los autores sagrados hicieron también pasar por sus plumas en sus escritos? En el NT leemos lo que Pablo dice; su testimonio confirma todos los demás testimonios del NT. 

    Afirma él «que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo» (cfr. Gá. 1:11-12; 1 Co. 15:1-4). 

    Gálatas 1:11-12 

    El ministerio de Pablo

    11 Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre;

    12 pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.

    1 Corintios 15:1-4

    La resurrección de los muertos

    1 Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis;

    2 por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano.

    3 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras;

    4 y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;

    «Damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es verdad, la palabra de Dios» (1 Ts. 2:13). 

    1 Tesalonicenses 2:13

    13 Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes.

    «El que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo» (1 Ts. 4:8). 

    1 Tesalonicenses 4:8

    8 Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo.

    Así, está claro lo que la Biblia dice. No se trata de que Dios revelara sentimientos o ideas a los profetas o a los apóstoles. Se trata de mensajes (exactamente, de palabras o términos). Se trata verdaderamente de la Palabra de Dios, una palabra revelada, dada como tal por Dios, Padre o Hijo, por medio del Espíritu Santo. 

    La inspiración verbal se aplica a los dos Testamentos. No puede usarse alguna cita en el NT, donde parece que se hace una atribución errónea de autor (p. ej., en Mt. 27:9 se atribuye a Jeremías una profecía que se halla en Zac. 11:13), para objetar a esta afirmación. 

    Mateo 27:9

    9 Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Y tomaron las treinta piezas de plata, precio del apreciado, según precio puesto por los hijos de Israel;

    Zacarías 11:13

    13 Y me dijo Jehová: Echalo al tesoro; ¡hermoso precio con que me han apreciado! Y tomé las treinta piezas de plata, y las eché en la casa de Jehová al tesoro.

    Estamos muy lejos de poder afirmar que estas citas sean verdaderamente erróneas. (Por lo que respecta a este ejemplo de Mt. 27:9, bien hubiera podido Jeremías haber pronunciado la profecía, que hubiera sido posteriormente reproducida por Zacarías. 

    Mateo 27:9

    9 Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Y tomaron las treinta piezas de plata, precio del apreciado, según precio puesto por los hijos de Israel;

    Zacarías fue posterior a Jeremías. Y hay muchos ejemplos en los que los profetas citan a sus antecesores. Por otra parte, hay también la costumbre de que las divisiones principales de las Escrituras recibían el nombre del libro principal que las encabezaba. Jeremías se usaba muchas veces para denotar a todos los profetas. De una u otra manera, no hay base alguna para pretender que aquí tenemos error alguno.) «La admisión del principio de la inspiración verbal implica su admisión para todos los escritos del AT y NT. 

    Porque, de la misma manera que cuando se admite el milagro se admite lo sobrenatural, y por ello la posibilidad de todos los milagros, de la misma manera al admitirse la inspiración verbal de los profetas se admite el principio y, por consecuencia, la posibilidad de la inspiración verbal de toda la Biblia» (J. Cadier: «Le Prophétisme du Réveil», PP. 63-66). 

    (d) La personalidad de los escritores sagrados. La noción de «inspiración al dictado» suprime la individualidad de los escritores sagrados, al hacer de estos últimos órganos pasivos y mecánicos. La concepción de la inspiración verbal respeta el hecho indiscutible de la personalidad de los escritores sagrados, que salta a la vista en la lectura de la Biblia. 

    Es un hecho evidente que aparece un estilo de Isaías, un estilo de Amós, etc. Cada libro de la Palabra de Dios presenta la impronta de la personalidad de quien lo redactó bajo la dirección del Espíritu. En el Éxodo es donde leemos con frecuencia términos que destacan la iniciativa de Dios en el mensaje de Moisés: «Habló Jehová a Moisés»; «Jehová habló a Moisés». 

    Y es en este mismo libro que se nota, quizá más intensamente que en cualquier otra sección del Pentateuco, la personalidad del gran profeta (cfr. Éx. 3 y 4). 

    Éxodo 3

    Llamamiento de Moisés

    1 Apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta Horeb, monte de Dios.

    2 Y se le apareció el Angel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía.

    3 Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema.

    4 Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí.

    5 Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.

    6 Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.

    7 Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias,

    8 y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo.

    9 El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen.

    10 Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel.

    11 Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?

    12 Y él respondió: Ve, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte.

    13 Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?

    14 Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros.

    15 Además dijo Dios a Moisés: Así dirás a los hijos de Israel: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos.

    16 Ve, y reúne a los ancianos de Israel, y diles: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me apareció diciendo: En verdad os he visitado, y he visto lo que se os hace en Egipto;

    17 y he dicho: Yo os sacaré de la aflicción de Egipto a la tierra del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo, a una tierra que fluye leche y miel.

    18 Y oirán tu voz; e irás tú, y los ancianos de Israel, al rey de Egipto, y le diréis: Jehová el Dios de los hebreos nos ha encontrado; por tanto, nosotros iremos ahora camino de tres días por el desierto, para que ofrezcamos sacrificios a Jehová nuestro Dios.

    19 Mas yo sé que el rey de Egipto no os dejará ir sino por mano fuerte.

    20 Pero yo extenderé mi mano, y heriré a Egipto con todas mis maravillas que haré en él, y entonces os dejará ir.

    21 Y yo daré a este pueblo gracia en los ojos de los egipcios, para que cuando salgáis, no vayáis con las manos vacías;

    22 sino que pedirá cada mujer a su vecina y a su huéspeda alhajas de plata, alhajas de oro, y vestidos, los cuales pondréis sobre vuestros hijos y vuestras hijas; y despojaréis a Egipto.

    Éxodo 4

    1 Entonces Moisés respondió diciendo: He aquí que ellos no me creerán, ni oirán mi voz; porque dirán: No te ha aparecido Jehová.

    2 Y Jehová dijo: ¿Qué es eso que tienes en tu mano? Y él respondió: Una vara.

    3 El le dijo: Echala en tierra. Y él la echó en tierra, y se hizo una culebra; y Moisés huía de ella.

    4 Entonces dijo Jehová a Moisés: Extiende tu mano, y tómala por la cola. Y él extendió su mano, y la tomó, y se volvió vara en su mano.

    5 Por esto creerán que se te ha aparecido Jehová, el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob.

    6 Le dijo además Jehová: Mete ahora tu mano en tu seno. Y él metió la mano en su seno; y cuando la sacó, he aquí que su mano estaba leprosa como la nieve.

    7 Y dijo: Vuelve a meter tu mano en tu seno. Y él volvió a meter su mano en su seno; y al sacarla de nuevo del seno, he aquí que se había vuelto como la otra carne.

    8 Si aconteciere que no te creyeren ni obedecieren a la voz de la primera señal, creerán a la voz de la postrera.

    9 Y si aún no creyeren a estas dos señales, ni oyeren tu voz, tomarás de las aguas del río y las derramarás en tierra; y se cambiarán aquellas aguas que tomarás del río y se harán sangre en la tierra.

    10 Entonces dijo Moisés a Jehová: ¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua.

    11 Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová?

    12 Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar.

    13 Y él dijo: ¡Ay, Señor! envía, te ruego, por medio del que debes enviar.

    14 Entonces Jehová se enojó contra Moisés, y dijo: ¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien? Y he aquí que él saldrá a recibirte, y al verte se alegrará en su corazón.

    15 Tú hablarás a él, y pondrás en su boca las palabras, y yo estaré con tu boca y con la suya, y os enseñaré lo que hayáis de hacer.

    16 Y él hablará por ti al pueblo; él te será a ti en lugar de boca, y tú serás para él en lugar de Dios.

    17 Y tomarás en tu mano esta vara, con la cual harás las señales.

    Moisés vuelve a Egipto

    18 Así se fue Moisés, y volviendo a su suegro Jetro, le dijo: Iré ahora, y volveré a mis hermanos que están en Egipto, para ver si aún viven. Y Jetro dijo a Moisés: Ve en paz.

    19 Dijo también Jehová a Moisés en Madián: Ve y vuélvete a Egipto, porque han muerto todos los que procuraban tu muerte.

    20 Entonces Moisés tomó su mujer y sus hijos, y los puso sobre un asno, y volvió a tierra de Egipto. Tomó también Moisés la vara de Dios en su mano.

    21 Y dijo Jehová a Moisés: Cuando hayas vuelto a Egipto, mira que hagas delante de Faraón todas las maravillas que he puesto en tu mano; pero yo endureceré su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo.

    22 Y dirás a Faraón: Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito.

    23 Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva, mas no has querido dejarlo ir; he aquí yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito.

    24 Y aconteció en el camino, que en una posada Jehová le salió al encuentro, y quiso matarlo.

    25 Entonces Séfora tomó un pedernal afilado y cortó el prepucio de su hijo, y lo echó a sus pies, diciendo: A la verdad tú me eres un esposo de sangre.

    26 Así le dejó luego ir. Y ella dijo: Esposo de sangre, a causa de la circuncisión.

    27 Y Jehová dijo a Aarón: Ve a recibir a Moisés al desierto. Y él fue, y lo encontró en el monte de Dios, y le besó.

    28 Entonces contó Moisés a Aarón todas las palabras de Jehová que le enviaba, y todas las señales que le había dado.

    29 Y fueron Moisés y Aarón, y reunieron a todos los ancianos de los hijos de Israel.

    30 Y habló Aarón acerca de todas las cosas que Jehová había dicho a Moisés, e hizo las señales delante de los ojos del pueblo.

    31 Y el pueblo creyó; y oyendo que Jehová había visitado a los hijos de Israel, y que había visto su aflicción, se inclinaron y adoraron.

    El Señor hizo de Jeremías, por así decirlo, su instrumento, su hombre, hasta tal punto que el profeta podía escribir: «Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido» (Jer. 20:7). 

    Jeremías 20:7

    7 Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí.

    Y por ello este hombre subyugado por el Señor no deja de revelarnos sus horas de crisis, de desaliento o de angustia. «Maldito el día en que nací» (Jer. 20:14). 

    Jeremías 20:14

    14 Maldito el día en que nací; el día en que mi madre me dio a luz no sea bendito.

    Y llegará a exclamar, en medio de sus sufrimientos (y Dios no se lo impide ni le prohibe que lo registre por escrito): «no me acordaré más de Él, ni hablaré más en su nombre» (Jer. 20:9). 

    Jeremías 20:9

    9 Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude.

    Sí, los hombres de Dios permanecieron siendo hombres, y es un milagro de Dios que los subyugó sin haberlos suprimido, a fin de permitirles que nos entregaran, con sus luchas humanas, el secreto de las victorias del Espíritu. Tenemos numerosos ejemplos, en el NT, de las reacciones de los discípulos y de los apóstoles, tanto antes como después de su conversión. Recordemos al apóstol Pedro, y también al apóstol Pablo (Ro. 7). 

    Romanos 7

    Analogía tomada del matrimonio

    1 ¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive?

    2 Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido.

    3 Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será adúltera.

    4 Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios.

    5 Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte.

    6 Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra.

    El pecado que mora en mí

    7 ¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás.

    8 Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto.

    9 Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí.

    10 Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte;

    11 porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató.

    12 De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno.

    13 ¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso.

    14 Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado.

    15 Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.

    16 Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena.

    17 De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.

    18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.

    19 Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.

    20 Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.

    21 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.

    22 Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;

    23 pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.

    24 ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?

    25 Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.

    Las cartas de Pablo nos revelan con una gran claridad, mayor quizá que cualquiera de los otros libros del NT, la personalidad de los escritores sagrados. Nos muestran que los autores conservan, en palabras de P. F. Jalaguier: «bajo la intervención divina, toda su capacidad intelectual y moral... sometidos, como nosotros, al deber de la vigilancia y de la oración... » Afirman anunciar aquello que han visto y conocido; distinguen, en ciertos casos, entre su opinión personal y las prescripciones obligatorias del Espíritu; en ocasiones se hallan en duda (1 Co. 1:16; 2 Co. 12:2-3); disputan, argumentan, apelan a su buena fe (Éx. 3 y 4; Ro. 9:1; 2 Co. 1:18, 23; Gá. 1:20), y apelan a la conciencia e inteligencia de sus oyentes. 

    1 Corintios 1:16 

    16 También bauticé a la familia de Estéfanas; de los demás, no sé si he bautizado a algún otro.

    2 Corintios 12:2-3

    2 Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo.

    3 Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe),

    Romanos 9:1 

    1 Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo,

    2 Corintios 1:18, 23 

    18 Mas, como Dios es fiel, nuestra palabra a vosotros no es Sí y No.

    23 Mas yo invoco a Dios por testigo sobre mi alma, que por ser indulgente con vosotros no he pasado todavía a Corinto.

    Gálatas 1:20

    20 En esto que os escribo, he aquí delante de Dios que no miento.

    La inspiración verbal es un milagro, el milagro de una «encarnación espiritual», a decir de Adolphe Monod. Para dar cuenta en pocas palabras de la realidad de la inspiración divina y del elemento humano en la inspiración, se puede decir que para comunicar al hombre su Palabra, y para hacerlo, en las palabras que, en las lenguas humanas, tenían que expresarlos de la manera más adecuada, Dios eligió a unos hombres concretos. 

    Los eligió dotándolos de las aptitudes, dones, reacciones y otras características personales, para prepararlos de una manera especial para que fueran, con sus personalidades integrales, los canales más adecuados para lo que en cada momento de la historia Dios quisiera revelar a los hombres, para encarnar por medio de ellos su Palabra. No pidió a estos hombres que aportaran sus propias palabras. Él les dio sus propias palabras. 

    Pero para dar a su palabra, en el corazón de los hombres, todo el eco que Él deseaba dar, tuvo a bien utilizar, al mismo tiempo que los temperamentos y talentos diversos de aquellos hombres especialmente pensados para esta misión, el mismo vocabulario de aquellos que tomaba como sus portavoces. Es así que para dar su multiforme revelación, con sus énfasis diversos, pero con un mismo propósito central, el lenguaje de Juan no es el de Pablo, el de Isaías no es el de Ezequiel. 

    Tenemos aquí a Dios llamando al profeta, al apóstol, desde el vientre de su madre, desde la misma eternidad (cfr. Jer. 1:5; Lc. 1:5-17; Hch. 9:15, etc.). 

    Jeremías 1:5 

    5 Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones.

    Lucas 1:5-17 

    Anuncio del nacimiento de Juan

    5 Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet.

    6 Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor.

    7 Pero no tenían hijo, porque Elisabet era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada.

    8 Aconteció que ejerciendo Zacarías el sacerdocio delante de Dios según el orden de su clase,

    9 conforme a la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor.

    10 Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora del incienso.

    11 Y se le apareció un ángel del Señor puesto en pie a la derecha del altar del incienso.

    12 Y se turbó Zacarías al verle, y le sobrecogió temor.

    13 Pero el ángel le dijo: Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan.

    14 Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento;

    15 porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre.

    16 Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos.

    17 E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.

    Hechos 9:15

    15 El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel;

    Así, el fenómeno de la inspiración no toca solamente la emisión del mensaje de parte de Dios, sino la misma creación del escritor sagrado, con su personalidad integral, para ser quien transmitiera la palabra de Dios a su generación y a la audiencia universal más allá del tiempo y del espacio. En resumen, al hablar de inspiración verbal, se destaca que el Autor supremo de las Escrituras, de toda la Escritura, es el Verbo («logos», «verbum»), es decir, Dios. 

    «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.» Al hablar de inspiración verbal se implica también el modo de percepción de la inspiración bíblica. La inspiración está caracterizada por un mensaje comprendido, recibido por el escritor sagrado en su espíritu. 

    Al recibir así el mensaje divino, el profeta percibía los términos más apropiados a la expresión oral o escrita de este mensaje. Es así que el Señor podía decir a Jeremías: «He aquí, he puesto mis palabras en tu boca» (Jer. 1:9). 

    Jeremías 1:9

    9 Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca.

    Así, hablar de inspiración verbal es afirmar una vez más que Dios, el Verbo Supremo, ha inspirado a los autores bíblicos incluso en las palabras que nos transmitieron. Dios usó los dones que Él dio a los instrumentos humanos que Él eligió, para dar a su Palabra las diversas tonalidades que estimaba necesario darle. 

    Pero es Él, Dios, quien habla por medio de estos instrumentos, y precisamente a través de su diversidad. «Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 P. 1:21). 

    2 Pedro 1:21

    21 porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.

    El concepto de inspiración verbal lleva además la inspiración no solamente a los hombres que fueron los instrumentos momentáneos, sino a los escritos que iban a constituir el registro y vehículo permanente de la Revelación. 

    (e) El testimonio interno del Espíritu Santo. Queda por considerar brevemente el agente de la percepción y asimilación de la Biblia, Palabra de Dios, es decir, la actuación indispensable del Espíritu Santo, como Aquel que da la clave de las Escrituras al creyente. La Biblia es la Palabra de Dios, pero, ¿cómo puede esta realidad objetiva producir una experiencia subjetiva? ¿Cómo puede la Biblia llegar a ser para nosotros Palabra viva y eficaz? Por la acción del Espíritu Santo en nosotros. 

    Siendo como es obra del Espíritu, la Escritura no puede ser leída, ni llegar a ser comprensible ni activa en nuestra salvación más que por la interpretación dada por el Espíritu Santo, esto es, por la interpretación del Señor en nosotros. A esto se refería el apóstol Pablo al escribir a los corintios: «Porque hasta el día de hoy, cuando (los judíos) leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado» (2 Co. 3:14). 

    2 Corintios 3:14

    14 Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado.

    El Espíritu Santo, el Espíritu del Padre y de Cristo, que El prometió enviar a sus discípulos para que los guiara «a toda la verdad» (Jn. 16:13), el Espíritu Santo, el autor de la Biblia, es el único que está calificado para dar su sentido, y para quitar el velo que oscurece y cierra los ojos y el corazón del hombre natural. 

    Juan 16:13

    13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.

    El hombre inconverso, que se pone ante la Biblia con su mentalidad griega, su razón, su sentimiento, está decidido a no asumir que la Biblia es la Palabra de Dios, es decir, la palabra que Dios ha escrito para él en la Biblia, la palabra que se dirige a él de una manera personal, la palabra escrita para su propia regeneración, su santificación y su llamamiento para ser hijo de Dios. 

    El Espíritu Santo, en su obra en el corazón humano, no solamente da testimonio al creyente de que es hijo de Dios (Ro. 8:16), sino que también abre los sellos que hasta entonces le impedían el acceso a la Palabra de Dios. 

    Romanos 8:16

    16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.

    Él mismo es la clave de esta Palabra. «Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. 

    Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Co. 2:9-11). 

    1 Corintios 2:9-11

    9 Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman.

    10 Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.

    11 Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.

    Calvino, a quien le fue dado formular la doctrina del testimonio interno del Espíritu Santo, resume así su pensamiento («Institución de la Religión Cristiana I». 7): «La autoridad de las Escrituras es sellada, confirmada en el corazón de los fieles por el testimonio interior del Espíritu Santo... 

    El mismo Espíritu que ha escrito la Biblia habla al fiel y le ilumina las páginas de la Biblia.» La posesión del Espíritu Santo, que regenera, santifica, consuela y conduce a toda la verdad; que es la expresión actual y permanente de la presencia del Señor; que Dios ha dado a todo el que cree en Jesús el Señor y lo recibe por la fe (Jn. 7:39; Gá. 3:13-14), ésta es la condición esencial y necesaria para la apropiación personal y vivificante de la Biblia, la Palabra de Dios. 

    Juan 7:39 

    39 Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado.

    Gálatas 3:13-14

    13 Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero),

    14 para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu.

    Y la certidumbre que el Espíritu nos ha dado queda confirmada por el gozo que se desprende de la posesión de la vida divina, y por la armonía perfecta entre la Biblia (el testimonio objetivo del Espíritu) y el testimonio interno del mismo Espíritu. 

    Porque el Espíritu no está dividido: El Espíritu que ilumina al creyente no puede hacer otra cosa que decir amén a lo que él mismo ha dado en la Biblia. 

    Bibliografía: 

    Berkhof, L.: «Principios de interpretación bíblica» (Clie, Terrassa, 1973); Calvino, J.: «Institución de la religión cristiana» (trad. Cipriano de Valera; 

    Felire, Rijswijk, Holanda, 1968); Chafer, L. S.: «Teología Sistemática», «Bibliología», Tomo 1, PP. 49-128 (Publicaciones Españolas, Dalton, Georgia, 1974); Darby, J. N.: «Apologetic», n. 1, vol. 6 de «The Collected Writings of J. N. Darby» (Stow Hill, Kingston-on- Thames, reimp. 1964); Geisler, N. L., ed.: «Inerrancy» (Zondervan, Grand Rapids, 1980); 

    Kelly, W.: «Inspiration of Scripture» (C. E. Hammond, Londres, 1903, reimp. 1966); Ramm, B.: «La revelación especial y la Palabra de Dios» (La Aurora, Buenos Aires, 1967).

    VÉASE:
    Dios (nombres) , Manuscritos Bíblicos (AT) , Qumrán
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