26:34-28:9 Jacob usurpa la bendición de Esaú
Este es uno de los relatos más apasionantes en el Gén. ¿Podrá engañar Jacob a su padre con su disfraz? ¿Recibirá la bendición antes que Esaú regrese? Pero también esta historia nos plantea problemas morales y teológicos. ¿Aprueba Dios el engaño de Jacob? ¿Apoyará Dios una bendición que fue lograda a través de falsas pretensiones?
En una primera lectura tendemos a ver a Rebeca y a Jacob como unos pillos que se aprovecharon de la ceguera de Isaac para desplazar a Esaú. De hecho la situación no es tan clara. Esaú estaba casado con dos mujeres, lo cual era un mal paso en sí (cf. Lamec, 4:19–24). Es más, eran hititas, esto es, cananeas (véase 23:3). Abraham había tenido la precaución de que Isaac no se casara con una muchacha cananea (24:3); ¿por qué Isaac no insistió en, o incluso hizo, arreglos para que Esaú tuviera una esposa aceptable? Para peor de males, Isaac en su lecho de muerte menospreció el convencionalismo y mostró una total predisposición hacia Esaú. Cuando los patriarcas sabían que su hora de muerte estaba cerca, se esperaba que llamasen a todos sus hijos y diesen a cada uno una bendición (cf. caps. 48–50). Ahora bien, pretendiendo estar incapacitado para saber la hora de su muerte (2), Isaac llamó sólo a Esaú, su favorito. No es de sorprenderse que Rebeca, quien desde muy temprano prefería a Jacob (25:28), estuviese furiosa.
No es claro cuánto aprobaba Jacob el plan de Rebeca de engañar a Isaac y obtener su bendición. Su renuencia para cooperar puede haber sido motivada por el temor de ser sorprendido tanto como por un escrúpulo moral (11, 12). La evaluación del narrador tampoco es inmediatamente obvia. Isaac fue claro en el sentido de que su bendición fue irrevocable: que desde que fue pronunciada sobre Jacob ésta le perteneció (37).
No obstante, a largo plazo es evidente que el engaño de Jacob les alcanzó a él y a Rebeca. La ira de Esaú por lo sucedido forzó a Jacob a abandonar su casa y, a pesar de la esperanza de Rebeca de que sería por un breve tiempo (algún tiempo, v. 44), ella nunca le vio otra vez. Jacob, quien había engañado a su padre, muy pronto sería engañado por su suegro Labán, quien le obligaría a casarse tanto con Lea como con Raquel. Esto, para Jacob, sería causa de perpetua aflicción por el resto de su vida. A cambio, los hijos de Lea engañarían a Jacob con un cabrito en relación con el supuesto destino de José, igual que Jacob engañó a su padre con un cabrito (37:31–35; 27:9, 16). Más tarde Jacob reconoció su falta. Cuando regresó a Canaán, le hizo a Esaú un generoso obsequio de distintos animales y lo invitó a aceptarlos con las siguientes palabras: “Acepta, pues, mi presente [la expresión correcta es “bendición”] que te ha sido traído” (33:11). Con este gesto estaba tratando de devolver la bendición que había usurpado de Esaú.
Sin embargo, a pesar de haber obtenido en forma fraudulenta la bendición, ésta seguía teniendo su validez. Las últimas palabras de Isaac predijeron la relación entre Jacob (Israel) y Esaú (Edom). La nación de Israel generalmente dominaría a Edom. Israel disfrutaría de una establecida existencia agrícola, mientras que Edom sería un pueblo nómada en las áreas áridas del desierto (28, 29, 39, 40). Aun más, las promesas primeramente hechas a Abraham y repetidas a Isaac, ahora serían cumplidas a través de Jacob (28:3, 4).
Aquí, como a menudo en Gén., este nuevo paso de avance en la historia de la salvación es puesto contra el trasfondo de una conducta inescrupulosa de parte de los patriarcas involucrados. Una vez más, es la misericordia de Dios, no los méritos humanos, la esperanza última de la redención (cf. Rom. 9:10–18).
28:2 Sobre Padan-aram €cf.€ 25:20.